Historias viajeras: Finalista segundo concurso de diarios de 'Nómadas'
En este enlace se puede escuchar el diario de viaje que quedó finalista en el segundo concurso de diarios de "Nómadas" de RTVE (botón play de color naranja arriba a la izquierda).
ATACAMA
Domingo, 3 de marzo de 1985.
Conmocionado aún por el golpe, acabo de consumir la última gota del elemento
esencial en el desierto: el agua. Tres cantimploras en cuestión de horas. A
partir de este momento, cada respiración, cada paso, cada movimiento desgastará
mi cuerpo magullado. El sol ha trazado una curvatura hasta su cenit. Él y yo
formamos una vertical siniestra, un juego de persecución que comenzó a las ocho
horas. Al mediodía llega el auge en la partida. Atacama, precioso enemigo.
El coche se encontró a las siete horas, con un cambio de rasante
inesperado, complicado accidente a 100 km/h , volando hacia el infinito, estampado
contra la arena, y vuelco final. Algunas heridas leves. Insólito. Parece que
han pasado dos años, y solo han sido cinco horas. Empiezo a contrarreloj mi
lucha por la supervivencia.
Comienza a soplar el viento. En cuestión de minutos llega a ser
huracanado. La arena me hace daño en su choque contra la piel. Cierro los ojos.
Me hago una bola en el suelo, y espero que amaine. Al cabo de cinco minutos
estoy semienterrado. Al cabo de otros cinco, el viento ha desaparecido.
Florezco y me sacudo.
Observo el horizonte, algo azul grisáceo se balancea y me marea la
vista. ¿Un oasis? No, alucinaciones. Ilusiones de un loco deshidratado. Son las
dos de la tarde. Tengo comida en la mochila. No es conveniente, el cuerpo
reclamaría el líquido complementario. Tengo sueño, quiero dormir, sin embargo
mis piernas se mueven por inercia. Ya no soy capaz de dar órdenes a mi cerebro,
no sé lo que las impulsa. Me sorprendo con la boca abierta y los ojos
semicerrados. Intento cerrarla y abrirlos respectivamente. Noto la tensión en
mi cara y las grietas que se forman al volver a la compostura. Son como los
surcos del suelo de Atacama. Empieza mi simbiosis con el desierto.
El reloj se ha parado, pero deben de ser las cuatro de la tarde. El
tiempo se agota. A partir de ahora la temperatura irá descendiendo hasta
alcanzar una temperatura bajo cero. Inviable. Empiezo a dudar, un poco tarde,
de este reto. Intento demostrarme algo a mí mismo que no le interesa a nadie.
¿Por qué lo hago?
Al principio un frescor reconfortante se adueña de mi cuerpo. Dura poco.
Empieza el agarrotamiento de los músculos, y mi cabeza empieza a tiritar toda
ella en un loco bamboleo. Me duele cada paso. Mis rodillas son como rocas
graníticas. Flexión y estiramiento. Intento dar una zancada cada veinte
segundos. ¿Qué quieres de mí, Atacama?
Unas luces me deslumbran. Me llevan en volandas. Un dialecto que no
logro comprender. Un traqueteo que dura una eternidad.
Por la noche me encuentro en un hospital. Tubos, goteros y pinchazos. Mi
cuerpo necesita un reinicio en profundidad. Sin embargo, a pesar del
sufrimiento, de los golpes, del dolor, mi cerebro se encuentra en una inusitada
lucidez. No has podido conmigo Atacama. Tengo que seguir la ruta trazada. Necesito
llegar a Tierra de Fuego.
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