jueves, 26 de abril de 2018

RELATO: 1, 2, 3...




Ha contado ovejas blancas, ovejas negras y hasta ovejas eléctricas, nada funciona. No hay manera de dormirse, los nervios han dado paso al insomnio y a la desesperación. A su lado, su mujer respira con lentitud; cinco segundos para inhalar, casi diez para exhalar, lo ha cronometrado. Ahora ha empezado a roncar. Esto más que molestarle le entristece, la placidez del durmiente. Es entonces cuando se imagina una escena: se levanta, coge el paquete de pitillos y sale al balcón a fumar uno. En un balcón de la casa de enfrente, apoyada en la barandilla, hay una mujer que también fuma un pitillo. No la había visto nunca.

La mujer sonríe mientras exhala el humo seductora. Femme fatale de novela negra, es lo primero que le viene a la mente. Las más problemáticas, pero también las mejores. Todo esto lo piensa en un segundo. Un cliché demodé, como diría su mujer, y también machista, como diría su hija. Quizás estén en lo cierto, pero a él le gusta. Es una mujer inteligente, se le nota a la legua. Puede entrever su figura curvilínea a pesar del camisón de seda y de los metros que les separan. Van acompasados, meten el pitillo en la boca, sostienen el humo unos segundos y lo expulsan a la vez. Es una sincronía perfecta. Una fantasía maravillosa.

Mira por última vez el reloj. Son las cuatro y veinte. Cada vez está más somnoliento.

Que les den a las ovejas, ya ha encontrado la cuenta perfecta.

Coge el paquete de pitillos y sale al balcón a fumar uno. En un balcón de la casa de enfrente, apoyada en la barandilla, hay una mujer que también fuma un pitillo. No la había visto nunca.

Coge otro paquete de pitillos y sale al balcón a fumar otro. En un balcón de la casa de enfrente, apoyada en la barandilla, hay otra mujer que también fuma un pitillo. No la había visto nunca.

Coge otro paquete de pitillos…


viernes, 20 de abril de 2018

CINE: STANLEY KUBRICK Y SU ODISEA CINEMATOGRÁFICA








2001: UNA ODISEA EN EL ESPACIO (1968)

Stanley Kubrick (1928-1999)



Se cumplen cincuenta años desde que el director Stanley Kubrick revolucionara el cine con 2001: una odisea en el espacio. Película clasificada como de ciencia-ficción y basada en un texto de Arthur C. Clarke, es odiada o venerada sin término medio por gran parte del público que se decide a verla. En mi caso, y con escasos precedentes de este tipo, no sé que decir, hay momentos y escenas que me gustan y otras que no, o simplemente no las entiendo (luego están las personas que te intentan explicar lo que tú no has captado para que se te quede cara de gili, pero eso ya no mola). Teniendo en cuenta que han pasado cinco décadas y que por el carácter visual de la película es más para contemplarla (los diálogos no llegan a los treinta y cinco minutos de los ciento cuarenta que tiene) que para spoilearla, paso a comentar su argumento.


Hablando en términos prácticos la película se puede dividir en cuatro partes: los inicios de la humanidad o como es más conocida: “la parte de los monos”, donde vemos los primeros pasos de los humanos y su evolución de carroñeros a cazadores con el famoso lanzamiento de hueso. Aquí nos encontramos por primera vez con el dichoso monolito; el hueso (en una escena magistral) se convierte en una nave que orbita la tierra miles de años después. Un equipo de investigadores descubre otro monolito en la luna que emite una señal desde algún lugar de Júpiter; en la tercera parte que es mi favorita con la primera, una nave tripulada por dos astronautas herméticos y aparentemente insensibilizados (junto a seis criogenizados) sufre el amotinamiento de la maquina que controla la nave, Hall. Finalmente en la última y más incomprensible o simbólica de las partes, Bowman (superviviente de la nave) entra en contacto con otro monolito en la órbita de Júpiter, en lo que parece un juego de espacio-tiempo. Después de pasar por todas las fases de la vida en una especie de habitación de hotel, vuelve a renacer en otro plano de la existencia en forma de niño-estrella. Ahí queda dicho.


Quizás la parte a destacar en la película (y a descifrar) es el protagonismo de la piedra rectangular (por si no ha quedado claro, el monolito) en la historia y que puede representar la existencia de vida extraterrestre y de su implicación en el progreso de la humanidad. Cada vez que entra en contacto con los monolitos, la especie humana parece sufrir una manipulación en su evolución. Aún así, y siendo una película fría, distante y sobre todo visual, hay escenas emocionantes, escalofriantes, fascinantes y casi poéticas, como las que representan la vida primigenia del ser humano en los quince primeros minutos del film, o la angustiosa desconexión de esa máquina tan “humana” que es Hall. Y, como no, escenas para admirar por su valor casi artístico, como el baile de la estación espacial y esa rueda que gira sin cesar. En este sentido no podemos dejar de mencionar su banda sonora, especialmente los temas clásicos Así habló Zaratustra de Richard Strauss o El Danubio azul de Johann Strauss.



Mención aparte en este épico (y lento) viaje merecen los sobresalientes, innovadores e impensables efectos especiales para la época que ganaron un oscar y que fueron diseñados por el propio Kubrick y supervisados por Douglas Trumbull.  Aquí es donde la película merece el calificativo  de espectáculo en el sentido más amplio del término.


Stanley Kubrick fue un director que tocó muchos géneros y que era muy ambicioso y perfeccionista en sus proyectos. Tardaba varios años en sacar adelante sus películas ya que le gustaba controlar todo el proceso, tanto es así, que su filmografía apenas cuenta con una docena de películas. Yo tengo sensaciones contradictorias con su cine; mis dos favoritas de él, casualmente, son dos que casi venero: ese profundo alegato antibélico  que supone la excelente Senderos de gloria y la superproducción Espartaco, una cinta grandiosa y emocionante que cuenta en época romana, la rebelión de los esclavos al mando del que un día fue gladiador, Espartaco. Curiosamente las dos están protagonizadas por un sublime Kirk Douglas. Hay dos que no me gustan nada: la moderna y fea (en estética) La naranja mecánica y la adaptación literaria del excelente libro de Stephen King El resplandor (y menos doblada). Son dos filmes que mucha gente adora, pero que a mí me cuesta digerir. La chaqueta metálica, Lolita (la adaptación del libro de Navokov) y su último proyecto Eyes wide shut me gustan bastante. El resto de sus películas o no las he visto o no tengo un recuerdo nítido de ellas.


                              



Soy consciente de que soy un poco simplista a la hora de hablar de películas, pero es que yo “no sé” de cine, disfruto con él, simplemente.

TRAILER de la película:


domingo, 15 de abril de 2018

RELATO: VÍRGENES Y DEMONIOS.







Cuando a mi hermana le volvieron las convulsiones, mi madre me miró atónita:

—Dios mío, este cura es un farsante. Quién le habrá dado la autorización para realizar…, pienso mandarle una carta al obispo denunciándole por mala praxis. ¡Y tú qué haces ahí parada! Vete a buscarle…, ¡vamos!

En el momento en que salía de la casa, mi madre sujetaba a Mercedes la cabeza para evitar que se golpeara contra el suelo. Contorsionaba la espalda formando una C perfecta e imposible. Babeaba.

—Es absurdo. —me dijo Don Pedro, el cura, mientras se tomaba una manzanilla salpicada con anís del Mono.— Dos posesiones en menos de un mes no es factible. Ni el innombrable tiene tanto tiempo libre.

—Los síntomas son los mismos padre, por favor, salve a mi hermanita.

Yo por aquel entonces era una sinsorga de mucho cuidado.

—Está bien… Espérame en tu casa. Voy a vestirme y a buscar los utensilios. Pero si es como dices, dile a tu mamá que esto puede deberse a que algo pecaminoso ocurre en esa casa. Las indulgencias ya sabe que se pagan. Una vez extraído el mal, estaría bien que hiciera una donación. Pero bueno, ve anda, ya hablaré yo con ella.

Volví a recorrer el mismo camino pero en sentido inverso. Mi madre había conseguido llevar a Mercedes a la cama y le pasaba un paño húmedo por la cara.

—¿Dónde está el cuervo? —me preguntó.

—Ya viene…, no debería llamarle así madre, usted misma abre la puerta a posibles peligros. Ahora quiere que le pague.

Ella me miró de tal manera que empecé a pensar que el maligno había entrado en su alma pecadora también. Don Pedro la sacó de sus pensamientos impuros cuando entró en casa a regañadientes.

—Adela, a ver, vamos a tranquilizarnos…

—¿Qué es esa historia de que le tengo que pagar?

—No se preocupe de eso en estos momentos. No es un pago, son donaciones, pero ya habrá tiempo para hablar. Comencemos con el procedimiento.

Mi madre le observaba de refilón con mala saña cuando inició por segunda vez el proceso: In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti… Repetimos con él varias frases en latín. “Ahora empezará con el dichoso nombre” me susurró mi madre. “Shh, qué le va a oir, y va a salir otra vez mal, ya verá”. Ella suspiró.

—¡Dime tu nomb…! Esperen necesito el crucifijo. —El cura se puso a rebuscar dentro de la bolsa negra que había traído. Se volvieron a escuchar susurros maternales. Mercedes parecía estar en estado de duermevela en ese momento.

—¡Joder! Perdón…, no encuentro mi crucifico señora Adela, tendremos que construir uno. Si tuviera a bien facilitarme unos cubiertos.

Se fueron los dos a la cocina. Me quedé a solas con Mercedes. Sentía un terror indescriptible. Aún así, saqué fuerzas para mirarla una vez más. Tenía los ojos cerrados. Giró la cabeza hacia donde yo estaba y los abrió de par en par, yo di un bote en la silla y me puse de pie. Fue entonces cuando me guiño un ojo y dentro de mí la estupefacción cobró protagonismo.

El cura apareció por la puerta con dos cuchillos que, atados con una cuerda, formaban una cruz; aquello me resultó del todo siniestro. Mi madre venía tras él arrastrada por la desidia.

—¡Dime tu nombre, demonio! —le gritó Don Pedro a mi hermana mientras alargaba el brazo, cruz en mano. Mercedes se irguió y le escupió en la cara.



Horas después, la misma Mercedes sonreía en la cama mientras me contaba sus propósitos:

—He tenido que inventarme algo. Mamá quería mandarme a ese internado para chicas pobres y no pienso ir, lo tengo muy claro.

Yo la observaba con una mezcla de incredulidad y admiración. Pero también con tristeza por mi inocencia, por tener tan poca malicia para la vida.

—¿De dónde has sacado ese nombre, Barrabás? Al cura le ha parecido raro.

—El otro día la maestra nos leyó un pasaje de la Biblia. Barrabás fue un hombre muy malo, por el mataron a Jesucristo, nuestro señor.

—Ahh…

Yo me quedé pensativa. Mi hermana contemplaba el techo henchida de gozo, orgullosa de sus ocurrencias, con la satisfacción de ser ganadora.

—Tengo miedo Mercedes. —le comenté entonces— Si no te manda a ti al internado, me mandará a mí. ¡No quiero, hermanita!

Se sentó en la cama y me miró con perspicacia.

—No te preocupes, renacuaja, ya ingeniáramos algo.

—Sí, haz algo por favor.



Adela cocinaba unas tristes acelgas para la cena. Eran tres en casa, tres mujeres menudas, una adulta y dos niñas que a pesar de esto, comían como bellacas. No pasaban por una buena racha. Y ahora, teniendo a su hija mayor enferma de malignidad, ya no podía enviarla al colegio interno para niñas sin recursos

No sabía cómo iba a salir adelante. La habían echado del bar donde trabaja como cocinera por haber hablado mal a un cliente que se había propasado. A veces pensaba que todo lo malo que les pasaba era culpa suya, por descarada, por no saber comportarse. Y pensó en la pequeña, aquella criatura timorata e inocente. Sería demasiado para ella mandarla fuera, pero llegado el caso…

Notó que algo se interponía en la luz que se reflejaba en la pared; una sombra había cruzado la puerta en dirección al baño. Fue al  pasillo y miró a la izquierda. Su hija pequeña se encontraba frente al espejo del pasillo, inmóvil, sin expresión alguna en los ojos.

—Hija, ¿qué haces?

No obtuvo respuesta.

—¡Niña!

Nada.

Adela no era propensa a miedos sin fundamento, pero en ese momento sintió un escalofrío. Aun así, se dirigió con paso firme hacia el sitio donde se encontraba su hija. La zarandeó.

—¡Despierta nena! Ahora eres sonámbula o que coño...

La niña pareció reaccionar, giró la cabeza y miró a su madre con expresión beata.

—¡Madre querida! La más bella y dulce de todas. ¡Mi santa madre! He sido testigo de algo excepcional, algo reservado a los espíritus más limpios, más puros.

—Pero…

—Se me ha aparecido… ¡La Virgen Santísima! A mí, a una simple niña pobre e ignorante. Y yo me he postrado ante ella. Y me ha hablado, y han sido las palabras más hermosas que han escuchado estos oídos.

—No puede ser.

—Tenemos que permanecer juntas, mamá. Solo así podremos vencer al maligno. Por eso ha venido, a advertirnos. Aunque no tengamos donde vivir, aunque no tengamos un mísero garbanzo que llevarnos a la boca, aunque la vida quiera jugar con nosotras, tenemos que ser fuertes y valientes. La unión es la única manera de derribar las adversidades. Eso ha dicho.

—Hij…

—Ahora he de volver a la cama, mami. Reflexiona sobre estas palabras. Anda, dame un abrazo.

Observó a la niña mientras se dirigía con porte sereno a su habitación y cerraba la puerta tras de sí. Le pareció escuchar unas risas; pero no, sería el desconcierto que la agitaba por dentro.

Adela se fue a la cocina y se sentó; lloraba, no sabía si de emoción o de desesperación.


miércoles, 11 de abril de 2018

LIBRO: SUMARIO 3/94






SUMARIO 3/94 (2017)

Vicente Arlandis Recuerda y Miguel Ángel Martínez



“Algo huele a podrido en Dinamarca”  se dice en Hamlet, la tragedia de Shakespeare.

Algo raro pasa al leer esta novela. Para empezar estamos ante una novela “no creativa”, es decir, no es que simplemente se base en hechos reales, sino que el libro no tiene ningún aporte literario que salga de la mente de un escritor. No crea nada ya que está compuesta por los textos (declaraciones, diligencias, autos, etc) que forman el Sumario 3/94 y que se llevó a cabo tras muerte en circunstancias violentas de una anciana.

El 25 de junio de 1994, Vicente Arlandis Ruiz, vecino de Ibi (Alicante) fue detenido por la policía por el asesinato de María José Picó Moltó, de 84 años de edad y vecina de la localidad. Se da la circunstancia de que Vicente Arlandis había denunciado días antes la desaparición de esta mujer ya que tenía una estrecha relación con ella: debido a su avanzada edad y estado mental la ayudaba en sus quehaceres diarios. Fue condenado a veintinueve años de cárcel y estuvo encarcelado en varias prisiones durante trece años. En 2016, su hijo Vicente Arlandis Recuerda y Miguel Ángel Martínez realizan una labor de investigación y selección de documentos que conforman el sumario 3/94. Vicente Arlandis siempre mantuvo que era inocente.

A pesar de la jerga policial y jurídica que se utiliza en los textos, que por otra parte es para hacérselo mirar tratándose de órganos tan serios (plagada de adverbios, arcaísmos, faltas de ortografía, mala construcción de frases, etc), el libro tiene la capacidad de introducirnos en él como si de una novela policíaca se tratara, siguiendo el caso desde sus inicios (con la investigación y la instrucción) hasta el final (con la sentencia).

Pero la más curioso que nos sucede cuando vamos leyendo la novela es la sensación de que algo no cuadra, algo no va bien. Los textos que vienen en el anexo del libro nos sirven para ilustrarnos y aclararnos esta especie de dudas que nos ha generado su lectura. La construcción de la verdad de Raquel Taranilla es de una lucidez extraordinaria (ya el título del artículo nos habla de la construcción de la verdad no de su descubrimiento). Aunque en el libro no se pretende demostrar su inocencia, se insinúa si Vicente Arlandis no fue víctima de un sistema judicial empeñado en resolver el caso, “sobreprotegiendo la validez de pruebas condenatorias y ninguneando ciertos datos… desconsiderando su presunción de inocencia”. El juez considera ciertas algunas declaraciones de testigos clave para la acusación de Arlandis sin considerar la animadversión de estos hacia el acusado. “ A diferencia de lo que ocurre con los peritos…, las declaraciones de los testigos son transcritas siempre a través de la voz interpuesta de un profesional de la justicia… decide en que forma lingüística se registran los datos, cuales son merecidas de registradas y cuales se omiten”. En este sentido no se investigó la enemistad de Arlandis y Peiró (el otro encausado). A ciertos testigos solo se les pidió que ratificaran sin volver a declarar (cerrando así la posibilidad a que pudiera haber contradicciones y lagunas) y que orientaron las informaciones hacia conclusiones perjudiciales para Arlandis.

Por otra parte “el órgano juzgador se apropia del relato escrito por la acusación… y lo copia introduciendo escasos cambios”. O lo que es lo mismo, un corta y pega de toda la vida. Hay dudas en los indicios, dudas en la declaración del principal testigo que dice escuchar una conversación y que muestra varias fisuras…

En definitiva, un libro que no se puede clasificar porque casi seguro nadie ha tenido algo así entre sus manos. Una especie de pesadilla para el acusado atrapado en la maquinaria de la justicia. Un relato que, curiosamente, habla por sí solo sin decir ni aportar nada, creando una sensación de desasosiego que nos hacer reflexionar como pocas veces.

Cien por cien recomendable.


miércoles, 4 de abril de 2018

RELATO: LOCURA






Dejé de fingir. Escuché los latidos inquietos de mi corazón negro. Comencé a andar a trompicones, con la cabeza gacha, marcando chepa. Esto es lo que quería: no dormir hasta que el sufrimiento combustionara en locura y las ojeras fueran signos de un nuevo nacimiento en la ciudad, o lo que es lo mismo, otro morir sobre el asfalto duro y rasposo. Los ropajes largos, grises, rudos como síntoma de decadencia. El hablar cáustico, aguardentoso. Las uñas largas continentes de tierras. Las axilas sin limpiar, expendedoras de olores rancios que invitan a no querer saber más. Todo ello en un solo cuerpo y en un solo alma, porque ya solo había uno, no varios adaptados a los tiempos.

¿Qué has hecho de mí, miserable dios de la avaricia y la maldad? ¿Qué nuevo invento ingeniarás en esta nada habitada por espectros?

Recuerdo que una vez amé… hasta tengo desgastada de llantos una foto en tonos grises que representa a una mujer que fue bondadosa. Fue un espejismo en el desierto, un aleteo efímero de mariposa atolondrada que se choca de forma abrupta con un muro invisible pero implacable. En color, no recuerdo nada más. Después todo fue una bruma en sepia.

A veces me sentía poderoso, cuando perseguía a los chiquillos que se sienten inmortales. Les decía las cosas que se esperaban de mí, palabras feas y soeces. Corrían como cosacos, chillaban, reían, sabían que todo saldría bien, porque siempre había sido así. Porque yo existo pero no existo. Para los progenitores era el hombre-ogro pero tontorrón que atosigaba a sus hijos. Para todo lo demás no era. Así han transcurrido años, lustros, me han parecido siglos.

Y mi alma negra es un alma hechicera. Me habla como si fuera un hermano gemelo. Me hace concluir lo que yo comienzo, me da fuerzas cuando flaqueo, me da esa contaminación necesaria para seguir enfermando… de indignidad. Sin embargo, la oscuridad en la que habito no tiene gradiente, no hay oscuro claro y oscuro oscuro. Hay oscuro infierno, y su intensidad depende de la llama que queme mis entrañas. Es como un infiernillo que se regula con una ruedita, pero en mi caso, tengo la sensación de que hace tiempo que esa ruedita se ha pasado de rosca.

Este descontrol vigilado por fuerzas que no percibo es consecuencia de ese bagaje que me autoimpuse. Y me convierte en esto que soy actualmente. Nunca llegué a pensar que llegaría a no sentir, o mejor dicho, que sintiera placer doloroso en mis propios tormentos. A mi me gusta llamarlo anomalía, o desvío de lo convencional. Otros entendidos, o más bien creídos en la materia, lo llamarían trastorno paranoide y autodesctructivo con tendencias antisociales. O algo así.

Los espectros siguen su camino como autómatas, mientras yo voy en dirección contraria. Ellos tienen el ánima repleto de residuos electrónicos y yo de sentimientos incurables. No hay posibilidad de conexión con los espectros. Ni siquiera una suerte de cortocircuito que haga saltar chispas. No hay vida y no hay esperanza, solo una nada que lo agita todo. Y que me vuelve loco.


domingo, 1 de abril de 2018

CINE: EL AUTOR.




EL AUTOR (2017)

Manuel Martín Cuenca (El Ejido, 1964)





Vale, vale esta bien…,¿Cuántas veces he dicho que es absurdo poner nombres anglosajones en los relatos en castellano, que es ridículo? Callahan, ¿quién coño se llama así en Sevilla? ¿Usted qué quiere contarnos, de que va eso que tiene ahí? No he visto en tres años una línea de algo que ha pasado ¡Cuénteme algo, no sé, algo con alma, cuénteme cómo se hace usted una paja, cuénteme usted cómo me odia!...

Esta delirante cita no es literal, es aproximativa y se desarrolla en un taller de escritura al inicio de la película El autor. Es un monólogo del despótico profesor del taller (Antonio de la Torre) hacia uno de sus alumnos, el humillado Álvaro (Javier Gutiérrez). Supone un punto de inflexión en la vida de este último, obsesionado en hacer “verdadera” literatura (¿qué es eso?).

En este film, basado en la primera novela de Javier Cercas, El móvil, se cuenta la vida de un personaje bastante peculiar.



Álvaro tiene un trabajo anodino en una notaría pero lo que él quiere es dedicarse a la escritura, y no solo eso, quiere escribir bien, como lo hacen los escritores lúcidos y con talento, no como su mujer, que es una vendedora de best-seller de pacotilla. Cuando la pilla liándose con otro y se separan, decide llevar a cabo su gran proyecto jaleado por el profesor antes aludido (todo un personaje como descubriremos más adelante): realizar una gran novela a pesar de no tener mucha imaginación ni ser realmente brillante. Para ello está dispuesto a cualquier cosa: espiar a sus vecinos, liarse con la portera cotilla, intentar cambiar el destino de las personas manipulándolas…, todo con tal de crear contenido para su obra. Y lo hace una vez puestos los “cojones sobre la mesa” (literalmente). Él quiere algo grande y para ello ficciona la realidad, pero a veces la realidad no le da lo que quiere y ahí surgen los problemas. No es capaz de entender que puede haber gente más avispada e inteligente que él.


Catalogada como comedia negra, esta gran película es una historia rarilla, perversa, turbadora, de envidia malsana, de un tipo que está dispuesto a lo que sea para lograr sus objetivos a pesar de correr el riesgo de que su vida se convierta en una mierda o algo peor.


En resumen, un individuo vulgar, sin vida propia, que se vuelve inquietante y peligroso. La película es retorcida y tiene una carga de crítica bastante importante. Es por eso que se ve con cierta inquietud. ¿En serio somos así o hay gente así? La respuesta podría incomodarnos. Y nos encontramos con los diversos personajes que cualquier arte nos puede mostrar: aquellos que “triunfan” sin supuestamente merecerlo, los petulantes, los perdedores que fracasan y buscan alternativas, o aquellos que intentan buscar algo dentro de sus entrañas sin saber si tienen algo que mostrar. Y luego está la sociedad que les rodea, víctima o cómplice de sus artimañas.

Hay que hacer una reverencia a Javier Gutiérrez por su interpretación. Sus registros son tan amplios, es tan camaleónico y versátil, que por algo es el actor omnipresente en las películas españolas. No me extraña, está totalmente justificado. Al igual que la labor de Antonio de la Torre, otro de los asiduos;  aquí en un papel diferente, haciendo de “mesías” de escritores aficionados.   


En conclusión una película pausada pero que atrapa, con algún que otro giro inesperado, tortuosa, chocante y por supuesto, fascinante.

Como dato curioso, la banda sonora está compuesta por José Luis Perales.

Trailer de la película