domingo, 27 de mayo de 2018

CINE: APOCALYPSE NOW


APOCALYPSE NOW (1979)

Francis Ford Coppola (Detroit, 1939)


 

En 1979, y tras tres tumultuosos años desde el comienzo del rodaje, se estrenó en Cannes la que sería la película icónica de la guerra de Vietnam y obra maestra indiscutible de Francis Ford Coppola junto a la trilogía de El Padrino (bueno aquí si hay discusión, mucha gente la tercera entrega no la ve al mismo nivel que las dos primeras, yo tampoco).

Un complejo y tortuoso rodaje que le dio fama mundial al director pero que estuvo plagado de contratiempos y que casi le arruinó. “Mi película no trata sobre Vietnam. Es Vietnam”, diría el director en la rueda de prensa de la presentación de la película. 


Apocalypse Now está basada, de manera muy independiente y adaptada a este escenario bélico en concreto, en la novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas en la que el escritor describe el tiempo que pasó en el Congo colonizado por Bélgica. También se cuenta que otra de las inspiraciones del director es La odisea de Homero, toma ya. Años antes, Orson Welles había intentado la adaptación de El corazón de las tinieblas sin éxito por falta de presupuesto.

En 2001 Coppola presentó (de nuevo en Cannes), la nueva versión Apocalypse Now: Redux, con material inédito y cincuenta y tres minutos mas de metraje que sería la versión definitiva de la cinta y que, según él, aportaba un nuevo enfoque: “…, es más sexy, mas divertida, más extraña, más romántica, y más intrigante desde el punto de vista político”.

“This is the end, my only friend, the end” (“Este es el fin, mi único amigo, el fin”). Suena esta canción de The Doors, mientras observamos a un devastado, descontrolado y obsesivo Willard (Martin Sheen) peleándose con sus fantasmas en una habitación de hotel de Saigón. Está viviendo en un estado de aislamiento, en una insoportable soledad, los estragos de la guerra, que le hacen llorar, beber y alucinar.



El capitán Willard es arrancado de este estado de semiinconsciencia para encomendarle una terrible misión secreta de inteligencia: tiene que encontrar y matar al coronel Kurtz en Camboya, un militar con un expediente brillante que parece haberse vuelto un loco, y que se ha convertido en un asesino despiadado al mando de un ejercito irregular (es decir mata “sin cumplir órdenes”, aquí ya observamos la doble moral en la guerra).

Willard deberá navegar río arriba en una odisea interminable, en busca de este hombre y acompañado de una tripulación que “son unos críos roqueros con un pie en la tumba”. Mientras en su travesía lee el expediente del hombre al que tiene que liquidar (y que comienza a admirar), nos encontraremos con escenarios que tan solo la guerra y sus horrorosos vericuetos puede albergar: un ejemplo es el destacamento del Teniente Coronel Kilgore, un tarado, surrealista y caprichoso personaje que es capaz de ordenar el bombardeo de un pueblo al son de La cabalgata de las Valkirias de Wagner por el simple hecho de querer hacer surf en su playa. “Me encanta el olor del napalm por la mañana”, dice este indescriptible personaje interpretado por un, impresionante sería poco, Robert Duvall. En esta parte de la película es donde más se pone de manifiesto lo absurdo de la guerra. 



A medida que remontan el río, la inestabilidad emocional de los personajes se hace cada vez más patente, tan solo la coraza de Willard parece indestructible. La película se hace cada vez más sombría. La locura cobra protagonismo.

Llegarán al campamento donde se encuentra el coronel Kurtz, rodeado de cadáveres y fieles acólitos, y su aura de misterio no hace más que aumentar la sensación de zozobra. Kurtz finalmente se mostrará como un hombre atormentado que desea la muerte.

Martin Sheen protagonizó de manera impecable un personaje complejo que en principio no estaba destinado para él: Al Pacino, Robert Redford o Jack Nicholson se negaron a protagonizar la cinta viendo las condiciones de rodaje. El desconocido Sheen se haría cargo de interpretarlo en un momento complicado de su vida, tanto es así, que sufrió un ataque al corazón durante el rodaje y casi muere. Por su parte, Marlon Brando, que interpretó al coronel Kurtz, fue incapaz de aprenderse sus diálogos y en su mayoría están improvisados por él mismo. Se cuenta que hizo casi insoportable a Coppola el tiempo que duró su intervención en la película. (Recordemos que solo sale al final, durante 20-30 minutos aproximadamente). Como anécdota: aparecen unos jovencísimos Harrison Ford y Laurence Fishburne (este último casi irreconocible). 



La película se rodó en su mayoría en la ciudad filipina de Pagsanjan. También en este sentido la película tuvo sus contratiempos, ya que al poco de iniciarse el rodaje comenzó la temporada de lluvias y un tifón acabó con gran parte de los decorados.

Apocalypse Now es un gran filme que nos habla de los efectos desastrosos de la guerra  sobre todo a nivel psicológico, algo que muchas películas ambientadas en Vietnam también intentaron retratar después, con mayor o menor acierto.

Temas como la locura, el deterioro y degeneración del ser humano en estas circunstancias, donde los vínculos emocionales entre las personas parecen no tener cabida, afloran como maldiciones en la historia. Como consecuencia de ello, la soledad en que acaban sumidos sus protagonistas y que se hace evidente en el capitán Willard, que no quiere volver a su país porque allí nadie le espera.

La película es un viaje hipnótico y de pesadilla, de disparate y de demencia. Contradictorio y sin remilgos. Ahonda en las profundidades del alma y más allá, donde pocos suelen llegar. Esa parte oscura y tenebrosa de la que luego es muy difícil salir.

Y al final solo queda el horror, el horror…

TRAILER de la película:


lunes, 14 de mayo de 2018

OTRA VUELTA DE TUERCA Y SU ADAPTACIÓN CINEMATOGRÁFICA.






OTRA VUELTA DE TUERCA (1898)

Henry James (1843, Nueva York-1916, Londres)

Esta es una de esas novelas que he reevisitado varias veces porque siempre encuentro algo nuevo, dibujo nuevas interpretaciones en mi mente, y sobre todo porque sigue fascinándome a pesar de que se han cumplido ya ciento veinte años desde su publicación.

Y es que esta novela de fantasmas, una de las más influyentes en la historia de la literatura en este género e incluso en el cine, pudiera no ser de fantasmas. La gente que la haya leído seguro que me entenderá. Las primera vez que la leí (hace doscientos años por lo menos) sentí terror, las posteriores veces desasosiego o curiosidad, pero, desde luego, siempre inquietud.


Una institutriz, humilde pero con una educación exquisita, se traslada a una casa de campo a cuidar de dos niños aparentemente adorables y que están al cargo de un tío que no quiere saber nada de ellos (al menos eso parece, ya que la condición que exige es que “no quiere ser molestado”). Ella se siente fascinada (o enamorada) por este personaje. Con estas premisas se dirige a la mansión Bly a cuidar de los críos. Flora y Miles, son como ángeles caídos del cielo. Todo es perfecto hasta que comienza a tener visiones de antiguos empleados de la casa: Quint, el criado o ayudante del amo, y la señorita Jessel, la anterior institutriz, ambos fallecidos en extrañas circunstancias y que al parecer tenían una relación amorosa. Ella supone que la malignidad de estos fantasmas es total y que su objetivo es influir en la personalidad de los niños y arrastrarlos hacia un precipicio moral.

Nos encontramos ante una novela en que todo es sugestión, nada se contempla como cierto ya que se deja a la interpretación o intuición del lector.

Y es que hay que destacar que, salvo una pequeña introducción, el libro está escrito en primera persona, es un relato narrado por la propia institutriz que cuidó de los niños; un manuscrito que ha llegado a manos de un hombre que lo lee ante un grupo de conocidos: el relato dentro del relato. En este sentido, los lectores somos como ese conjunto de personas que escucha atentamente. Esta característica hace todavía más difícil la interpretación de los hechos, ya que solo conocemos la versión de la protagonista.

Ella ve fantasmas. Y son malos porque ella nos lo dice. Y nos cuenta que por esa causa tiene que “salvar” a los niños de su influencia, porque a pesar de las apariencias esos niños también ven a los muertos y tienen una relación perversa con ellos que viene del pasado. Por otro lado, la ama de llaves, la señora Grose, es una mujer sencilla que quiere creerla y parece estar muy sugestionada por la propia joven.

La dicotomía está en saber si los fantasmas realmente existen o si solo están en la cabeza de la institutriz. Esto provoca una gran inquietud mientras leemos la historia, y todavía más al final, cuando no salimos de dudas. ¿Hay algo que va mal en la cabeza de la joven mujer? ¿Existen en ella deseos reprimidos por una sociedad puritana que a la menor oportunidad enjuiciaba a las mujeres? ¿Sus visiones son una respuesta de su mente en un intento de querer separar nítidamente el bien del mal, lo puro de lo insano?

No encontraremos respuestas a estas preguntas. Es más, cierto agobio y perturbación llegan a estar muy presentes. Es de destacar las conversaciones de la narradora con el pequeño Miles, que no hacen más que introducir más elementos de confusión a la historia, o la supuesta falsedad o doblez de Flora lo que nos lleva a otras preguntas sin respuesta: ¿son los niños realmente malos, le siguen el juego a su cuidadora, o están “defendiéndose” de una mente enferma?

Esa figura del “niño maligno”, aunque ahora pueda parecernos algo estereotipado o explotado hasta la saciedad sobre todo por las películas del género del terror, en aquella época era algo infrecuente en la literatura y, Henry James, también fue un precursor en eso. 

Para rematar, el final escalofriante fulmina cualquier expectativa que tengamos concebida “a priori”. Cerraremos la historia como más nos convenga o según la hayamos percibido. No es una tarea fácil.



Esta novela ha sido adaptada infinidad de veces en el cine. De todas las que he visto, la película que más me ha impresionado es la injustamente desconocida The innocents de Jack Clayton (1961) o como se tituló en España en todo un alarde de originalidad, Suspense (tócate los…, mariloles, para qué andarnos por las ramas).

La película es una fiel adaptación de la novela corta de Henry James aunque, quizás, un poco más explícita en algunos casos; también contiene situaciones que en el libro no se dan (Truman Capote participó en el guión). Esto lo achaco a que el cine tiene que “mostrar” un lenguaje diferente al de la literatura, dado su carácter visual o sensorial (esa canción infantil que suena una y otra vez y que no augura nada bueno).



La ambientación es exquisita con esa mansión plantada en mitad del campo, perfecta para el juego que nos va a presentar el director. Devorah Kerr hace una interpretación excelente como puritana institutriz. Su cara pasa de la adoración a la perplejidad y al pasmo, del pánico a la perturbación o la locura. Y lo hace admirablemente bien. Los niños también sacan adelante bastante bien unos papeles, que no son nada fáciles dada su complejidad, sobre todo el chico que interpreta a Miles, Martin Stephens, en ese rol de niño-hombre por la forma en que se expresa.

Como muestra de estos aspectos, esta hipnótica escena en la que Miles recita un poema:


Un suspense psicológico en blanco y negro llevado admirablemente a lo largo de la película con esa sugestión y ambigüedad presentes constantemente, igual que en la novela.

Una cinta cuya influencia es evidente en mucho del cine de terror y de fantasmas posterior, como podrían ser las españolas Los otros o El orfanato.

martes, 8 de mayo de 2018

RELATO: DESASTRE.







Tengo un compañero en mi cama. Acabo de descubrirlo al abrir los ojos. Está de espaldas y cuando estoy intentando recordar se da la vuelta: Ya, el de ayer del bar. Suena el teléfono fijo, damos un bote los dos al unísono. Con los ojos muy abiertos, que qué hora es, me pregunta. Revuelvo la ropa, no encuentro el móvil, no lo sé, le digo, pero tengo que ir a trabajar. El teléfono deja de sonar. Yo también, dice, tampoco encuentra su móvil. Removemos las sábanas hasta que no son más que un rebujo en el centro de la cama. Bueno yo me visto de momento. Él hace lo propio. No hay tiempo para duchas.

Su móvil ha aparecido sin batería, pero eso le relaja. Del mío no hay ni rastro, ni tampoco de las llaves de casa, tendré que abandonarla así, casi desnuda. Pero cuando vamos a abrir la puerta, resulta que no podemos, está cerrada con llave por dentro. Pero, ¿qué es esto?, masculla, ¿por qué cerraste la puerta? y tal. Yo creo que no fui yo, si no recordaría la ubicación de las llaves. Y para qué la cerraría yo, argumenta él, no es mi casa, ni sé donde están tus llaves. Hay que llamar a un cerrajero, dice, ni lo sueñes, le comento, me va a costar un pastón. Ya lo pago yo, vale, pues que lo pague él. No tiene batería en el móvil, no puede mirar en internet el número de alguno, pues yo no tengo páginas amarillas, siempre las tiro, ya no sirven para nada. Sí, ya veo. Se me ocurre aporrear la puerta: ¿hay alguien ahí, por favor? ¡Amelia, socorro! Pero ¿qué haces? Para por lo que más quieras, que se van a pensar otra cosa, a ver si llaman a la policía, joder. Pues que vengan, ya les explicamos. ¡Qué no hay tiempo, que hay que salir de aquí! En eso tiene razón, ni cerrajero ni hostias. Bien, le digo, vamos a intentar encontrar las llaves con tranquilidad, sin entrar en histerismos.

Al final aparecen debajo de la cama, vete tú a saber cómo aterrizaron allí. Salimos y apretamos el paso. En el portal nos despedimos con dos besos; bueno hasta luego, sí hasta otra.

Llego al trabajo sin respiración. Y eso que el trayecto es en coche, pero es por los nervios, son las once de la mañana nada más y nada menos. Eli me mira con cara de no entender primero y con picardía después: Tú hueles a… No lo digas por favor, le advierto, no soporto esa frase. Sí, pues a ver si soportas esto, el jefe quiere hablar contigo, me suelta. Dos minutos después de respirar hondo y atusarme el pelo, doy dos toquecitos a la puerta de su despacho. Ah, buenas, dice ¿tenías médico? No, le respondo, un incidente doméstico, pero nada importante. Pues tienes mala cara. La realidad es que no me ha dado tiempo a maquillarme, pienso. Esta es mi cara real, quiero gritar, pero va a ser que no.

Está bien, te quería ver por lo del ascenso, lo que te comenté el otro día, ¿qué me dices? He tenido varias reuniones con los de arriba, y al final se ha decidido que se quiere apostar por una mujer, una mujer joven, ya sabes hoy en día... Ah…, eso. La verdad es que de momento no me interesa, tengo muchos líos fuera del trabajo, no puedo permitirme un trabajo con horas extra y más responsabilidades (es mentira, simplemente no me interesa). ¿Cómo?, ¿de momento? Pero tú no sabes lo que he peleado por ti, que eras la mejor opción, eficiente y con buena presencia. Otros querían a alguien mayor, yo he aludido a tu juventud, a la imagen que se puede ofrecer al exterior. Lo cierto, continúo yo, es que preferiría quedarme en mi puesto, me da tranquilidad, me gusta lo que hago (es mentira otra vez, quiero salir de allí pitando). Me parece increíble, sigue él, que tú como mujer… Ya no le escucho.

No sé cómo, pero al final he conseguido salir de su despacho; tampoco sé como saldré de esta, supongo que suena muy chungo lo de no ambicionar más en el trabajo. Pero ahora no tengo tiempo de pensar, tengo que ir a recoger a la niña, esta semana me toca a mí, y solo faltaría que la tendría esperándome sola a las puertas del colegio. Llego justa pero bien, todavía hay un grupito de niños y padres. Reconozco a mi hija de lejos y sonrío, está hablando con un chico de su edad. Pero de repente algo se tuerce y le pega un empujón. El crío se cae de espaldas y se queda sentado en el suelo. Empieza a hacer pucheritos. Voy corriendo hacía ellos. Pero, ¿qué pasa, cielo?, ¿qué te ha hecho este niño? A mí nada, mama; es a ti, te ha llamado promiscua. Uy, promiscua, ¿cómo ha añadido un niño de ocho años esa palabra a su vocabulario? Todavía está sentado, así que le cojo de la capucha de la sudadera y le zarandeo suavemente mientras le elevo hasta que encuentra su centro de gravedad. Al girar la cabeza, me encuentro con una mujer que me mira con severidad. Su hijo se ha caído, le digo, debería tenerlo más vigilado. Me aparta la mirada y sin decir una sola palabra, coge de la mano al crió y se lo lleva.

Yo hago lo propio con la mía que no deja de mirarme. Te va a dar tortícolis, le aviso. ¿Es promiscua un insulto?, me temía la cuestión. Dudo en la respuesta, ni siquiera lo sé. Dependerá del contexto, supongo, pero eso va a ser difícil de explicárselo a una niña.  ¿A ti que te ha parecido?, le pregunto. A mi me ha parecido que sí, me contesta, por eso le he empujado. Pues entonces has hecho bien, cariño. Dios, espero que no le cuente a su padre estas conversaciones.

¿Te apetece una pizza, cariño? Sí, pero a papá no le gusta que coma esas cosas. Joder con Don Perfecto. Solo hoy, hija, tampoco hace falta que le cuentes todo a papá ¿sabes?

Cuando voy a arrancar el coche me llega un mensaje al móvil. ¿Te miro lo que te ha llegado, mama? ¡¡Noo cariño! Yo, yo lo hago… Es de Pedro, ¿quién es Pedro? Será el de ayer, lo deduzco por el texto: ¿Quieres tomar una copa esta noche? Después podríamos seguir perdiendo cosas… Luego le contesto, aunque tendrá que ser mañana, hoy no puedo. Voy conduciendo y tengo una sonrisa boba en la cara. La niña me lo nota, es más lista de lo que creo. De repente suelta una carcajada: Mamá, acabas de pasarte la pizzería. Vaya día, en que estaré pensando. ¿Quieres que ponga una ensalada para la cena?, me dice ella a mi, sé cocinar, te lo juro. ¿No te importaría?, la miro con ternura, estoy muy muy cansada, cariño…



martes, 1 de mayo de 2018

LIBRO: CUANDO SALE LA RECLUSA.






CUANDO SALE LA RECLUSA (2017)

Fred Vargas (1957, Paris)

Por fin he podido disfrutar de la última novela de mi adorada (sí, adorada) Fred Vargas. Y es que esta escritora se ha convertido en una de mis imprescindibles de novela negra. Fred Vargas, seudónimo de Frédérique Andouin-Rouzeau, era una arqueóloga a la que un día le dio por escribir y todos sus seguidores le damos las gracias por ello. Es creadora de la famosísima serie del comisario Adamsberg que ya la completan doce novelas si mal no recuerdo. Destaco entre ellas tres: Huye rápido, vete lejos; La tercera virgen, una auténtica obra maestra (esto siempre en mi opinión, claro) y la penúltima de la serie Tiempos de hielo.


Leer una novela negra de Vargas es deleitarse con las conversaciones, con los diálogos, y no tanto con la sensación de querer leer páginas y páginas para saber quien es el asesino.

Adamsberg es un ser humano excepcional, adorable, intuitivo (ve más allá de las brumas, intenta convertir las burbujas gaseosas de su cerebro en pensamientos) y sensible, que no sensiblero. Está rodeado por una brigada que la componen casi en su totalidad hombres con la excepción de dos mujeres que son únicas. Es un gusto observar las relaciones entre el comisario y sus agentes, desprovisto de ese compadreo tan masculino y cansino, sin palmaditas en la espalda ni brotes de virilidad. Adamsberg tiene mucho tacto, no es agresivo en sus interrogatorios, y tiene apariencia de despistado. Dentro de los diálogos a veces insulsos, absurdos con un humor e ironía finos, hay mucha profundidad. El comisario tiene el arte de incluir en una conversación sobre la investigación, un apunte acerca de cómo están los mirlos que acaban de nacer en el patio y de los cuales hay que hacerse cargo porque han nacido en el sitio equivocado. Fred Vargas siempre introduce a los animales de una forma deliciosa (y a veces surrealista) en sus novelas, como es el caso de Bola, el gato de la brigada, al que miman como si fuera un bebé.

 “—Cinco; es una gran nidada —comentó Voisenet con cierta gravedad—. El patio está adoquinado. Y la base de los tres árboles está protegida con rejas. No han escogido demasiado bien su sitio los padres. ¿Cómo van a encontrar las lombrices?

—Froissy —dijo Adamsberg sacando un billete de su bolsillo—, hay frambuesas en la tienda de la esquina; vaya usted a buscar unas cuantas. Y añada cake también. Voisenet, búsqueles un cacharro para el agua. No ha llovido desde hace más de diez días. Betancourt, vigile al gato. Noël, Mercadet, quiten las rejas de los árboles. Justin, Lamarre, rieguen el suelo, que se reblandezca. ¿Alguien conoce una tienda de pesca en los alrededores?

—Yo —contestó Kernokian—. A diez minutos en coche.

—Entonces, dese prisa y vaya a comprar lombrices.

—¿Grandes?

—Pequeñas, de las finas.

—Pero, ¿y la reunión? Es a las nueve.

—Le esperaremos.

Mordent miraba la escena, estupefacto. Adamsberg distribuía sus órdenes como en plena investigación de un caso y los agentes obedecían inmediatamente…”

 En esta novela, Adamsberg tiene que regresar de Islandia (donde le dejamos en su anterior aventura en la que se tomó unas vacaciones) acuciado por su brigada para resolver un caso. Sin embargo esta historia secundaria le llevará, casi sin querer, a interesarse por la muerte de tres ancianos a consecuencia de la mordedura de la araña denominada “reclusa”, algo en principio imposible porque las mordeduras de esta araña no son fatales. La trama que parece tener varias ramificaciones y puede parecer compleja y enmarañada como una telaraña (valga la palabra), poco a poco va desenmascarando segundas realidades. Y es que la palabra “reclusa” tiene dos acepciones: la de la araña, y la de las mujeres que vivían recluidas voluntariamente en la Edad Media por vergüenza o por lo que ellas creían una deshonra. ¿Cuál de los dos significados tendrá más peso en la historia?

Venganzas y una encrucijada moral la que Fred Vargas nos propone y le propone al comisario Adamsberg. Las decisiones que tome este singular personaje, serán las que tomaríamos muchos de nosotros seguramente. Porque Jean-Baptiste Adamsberg es, ante todo, un buen hombre.