lunes, 25 de septiembre de 2017

RELATO: UN HOMBRE NUEVO




Fermín observa el edificio de seis pisos sin ascensor. En el tercero un señor se asoma al balcón sin camiseta y en calzoncillos. Aunque a él no le gusta ser prejuzgado ni hacerse ideas equivocadas de los demás antes de tiempo, se pregunta cuál será la estadística en ese barrio en cuanto a lectores de ficción mayores de cuarenta años, o al menos aficionados a los grandes temas de la historia y la naturaleza. Vaya mierda de pensamiento, seguro que esa estadística ni siquiera se ha hecho nunca. Y además, no tiene sentido cavilar ni elucubrar, va a tenerse que hacer los seis pisos con el maletín a cuestas, sí o sí.

Estamos en los años ochenta. Todavía el libro electrónico ni siquiera es una idea en la mente brillante de algún lumbrera, internet es un embrión del que solo se han hecho pruebas a nivel militar, y Wikipedia, esa herramienta a veces poco fiable pero muy agradecida, en fin… tampoco merece la pena ni aludir a ella en estos momentos. Si Fermín supiera, a sus treinta primaveras, que estas historias serán un boom unos cuantos años después, se “rasgaría las vestiduras” y acabaría como el señor del tercero.

Son las doce del mediodía y ya ha estado en dos barrios. Desde que encontró ese peculiar trabajo basura ochentero de vendedor de enciclopedias puerta por puerta, ha sufrido las denigraciones más absolutas como ser humano: insultos, portazos, malentendidos… El caso es que no ha vendido una mísera colección desde que comenzó el curro hace dos semanas, pero parece ser que hubo una vez que alguien lo hizo, no es una leyenda urbana, por eso siguen contratando al personal. Por cierto, muy barato les debe de salir. 

Tiene que llevar siempre traje con corbata, aunque el tiempo augure cuarenta grados a la sombra, como es el caso de ese trece de julio en la localidad de Retuécanos. Ha estado media hora en el portal dale que te pego a los telefonillos y nada. Al final ha entrado con el cartero, que tiene llaves. Se ha sentado en un escalón antes de subir. Una mirada rápida a la axila le recuerda que el ronchón de sudor sigue incrementándose y con ello un olor entre agrio y rancio. Tiene desodorante, pero eso no hará más que incrementar más el hedor  y acabará mareado con la combinación.

En los tres pisos que sube a continuación, se encuentra con los siguientes escenarios:

La señora del 1ºC: le ha abierto con un bebé en brazos, le ha lanzado una escrutadora mirada de arriba abajo con una mueca de asco, y ha cerrado de un portazo sin decir una palabra.

Una anciana en el 1ºD:

—¿Es usted testigo? El otro día vinieron unos chicos muy majos, pero mi hija me ha prohibido que hable con ustedes…

—No se preocupe señora.

Pero la mujer sigue mirándole con pena mientras llama al 1ºE. Se oye una voz grave al otro lado:

—¿Quién es?

—Buenos días señor, soy de la Esfera de Lectores…

—Aquí no leemos, lárguese.

La mujer del 1ºD sigue contemplándole mientras sube de forma cansina las escaleras que le llevaran al segundo piso. En el giro del rellano, Fermín vuelve la cabeza por si sigue ahí. Ella le saluda con la mano en una desgarradora despedida que parece desearle suerte más allá, en el infierno.

Está en el tercero, y ya siente nauseas. Y tiene la cabeza abotargada. Es una mezcla de calor y desidia. O amargura y desencanto. O lo que puede ser peor: furia y rabia retenida en el estómago. Nunca ha tenido estos síntomas tan temprano. Suele aguantar hasta las seis de la tarde, cuando se mete en el coche, se cierra herméticamente, y expulsa los fantasmas del día en forma de rugido desgarrador.

Llama al 3ºD y, tras una prolongada espera enfrente del felpudo mugriento en el que cree leer malvenido, el señor del torso desnudo y calzoncillos abanderado color blanco (roto), le abre y le saluda con un sonoro eructo que hace temblar el edificio.

—Buenas señor…

—¿Qué quieres?

—Vendo enciclopedias. —No quiere alargarse demasiado en las explicaciones. Se va a ir de vacío y lo sabe. Solo tiene que esperar a que el otro de por zanjado el asunto con algún desaire más.

El hombre es como una estatua, un bloque de hormigón sin sentimientos. Tiene aires de psicópata. A Fermín esta escena congelada empieza a darle repelús.

Pero de repente el otro se mueve, bueno es su cabeza la que se pone en movimiento. Se acerca poco a poco a la oreja del vendedor que está bloqueado sin saber por qué. “Laaargo” le susurra el tío al oído. Y acto seguido ocurre algo anormal, extravagante si no fuera doloroso. Le muerde el lóbulo de la oreja. Fermín aúlla de dolor.

Se palpa la zona y ve que está sangrando, aunque la oreja parece intacta y entera. Se encoge del sufrimiento, se da la vuelta y echa a correr. A lo lejos se escucha una carcajada y el estruendo de la puerta al cerrarse de golpe.

Se sienta en un escalón en el portal. Está llorando, de rabia y de dolor. Saca un pañuelo de tela del maletín y se hace una especie de vendaje en la oreja. Ahora no oye nada por el oído izquierdo.

Pasan cinco minutos, diez, media hora. Nadie entra en el portal. Debe ser ya la hora de la comida. No sabe que hacer, no puede quedarse allí pero tampoco puede levantarse, algo se lo impide, algo que no ha acabado, una especie de herida en el alma que tiene que cerrarse porque si no, no podrá continuar con su vida.

Y entonces se le enciende la farola, ha visto algo en el maletín cuando ha sacado el pañuelo, algo que antes ha pasado desapercibido pero que ahora le hace materializar una idea. Es un objeto negro, con una forma inconfundible; algo que todos conocemos.

Abre el maletín y lo saca. Comienza a correr escaleras arriba antes de que la cabeza vuelva a funcionar de forma coherente y le haga arrepentirse. En unos segundos llega al 3ºD. Llama cinco veces al timbre. Alguien gruñe y se abre la puerta.

—¡Qué cojon…!

Fermín está apuntando al tío de los calzoncillos con una pistola. Le apunta a la cabeza. La mano le tiembla pero, incomprensiblemente, se siente sereno:

—¡Adentro!

Cierra tras él. La casa es una pocilga. Huele a mierda y a lentejas quemadas.

—¿Qué quiere de mí? Por el amor de Dios, ha sido todo una broma. —El hombre ha levantado las manos sin que nadie se lo pidiera y ha disminuido veinte centímetros de golpe.

A Fermín se le han caído al suelo los papeles que ha sacado del puto maletín, los recoge y tras barrer con una mano las porquerías de la mesa del salón, los deposita sobre ella.

—Vamos rellene los formularios. Y no se olvide de los datos bancarios. Y no los falsee que los comprobaré. Después, marque con una cruz los artículos que le voy a mencionar. Quiero que se suscriba a todas nuestras enciclopedias y coleccionables.

—¡Cómo! ¡Señor, yo no tengo tanto dinero!

La revolución rusa de 1917; La guerra civil para jóvenes; Cómo parecer culto ante sus amigos…

Pero…

Aprender a tocar la guitarra en treinta días; Diferentes especies de setas en la Cornisa Cantábrica; Manual de buenos modales (de este no se olvide, por favor)…



Fermín se siente satisfecho, casi orgulloso. Va hacia el coche con andar desgarbado, ya nada puede afectarle. No escucha sonido alguno, tan solo el frufrú de sus pantalones, tan anchos, que las patas se rozan al andar.

Está enfrente del vehículo. Se fija en algo que antes le ha producido una ira desmedida; ahora no puede más que sonreír. Es una cagada de paloma que antes ha intentado quitar con el limpiaparabrisas creando un manchurrón asqueroso en la luna delantera.

Se quita el pañuelo de la oreja, ya no sangra. Saca la pistola del bolsillo de la chaqueta y la acerca al cristal. Aprieta el gatillo. Un chorro de agua hace una curva perfecta y se estampa contra la zona manchada. Coge el pañuelo manchado de sangre y comienza a limpiar; no va a ser una buena idea.

Pero sonríe y piensa en su hijo pequeño. Y en su inconsciencia al depositar en su maletín la pistola de juguete. Esa inconsciencia que ahora le hace ser un  hombre nuevo.


miércoles, 20 de septiembre de 2017

CINE: METRÓPOLIS de FRITZ LANG


Fritz Lang fue un excelente director de origen austriaco que pasó por varias etapas en su cine, desde el mudo al sonoro. Hoy con Metrópolis inicio un pequeño ciclo para comentar tres de sus películas más representativas en distintas épocas.






METRÓPOLIS (1927)

Fritz Lang (Viena, 1890- California, 1976)

 El director de cine austriaco Fritz Lang tiene una variada y prolífica carrera en el cine. Comenzó con sus inicios en el cine mudo y su etapa expresionista, y terminó siendo uno de los directores principales del cine negro norteamericano de los años cuarenta-cincuenta. A pesar de esta aparente ruptura en su cine, Lang siempre intentó plasmar un tema recurrente en sus historias independientemente de su género: el individuo que es amenazado por fuerzas, poderes o sociedades secretas que le persiguen y a las que tiene que sobrevivir.


Tras Las tres luces y El doctor Mabuse, Fritz Lang rueda junto a su mujer, Thea von Harbour, su obra mas representativa de la etapa expresionista alemana: Metrópolis; un rodaje de diecisiete meses y uno de los proyectos más caros del estudio alemán UFA con un presupuesto de ocho millones de marcos. Aunque la película está ambientada en el año 2.000 y se encuadra dentro del género de la ciencia ficción, tiene como trasfondo la desigualdad de clases, una crítica a la alienación del ser humano que suponía el trabajo con máquinas desde la Revolución Industrial, y la explotación casi esclavista de las personas que vivían hacinadas y apartadas. En la cinta esto se traduce en “La ciudad de los obreros” que está ubicada en el subsuelo o catacumbas de la metrópolis. Los ricos viven en la superficie y tienen una vida plácida en los llamados “Jardines eternos”. Un día, Freder, el hijo del dueño, se enamora de una mujer pobre que está rodeada de niños hambrientos. La persigue hasta las cloacas donde se da cuenta del sufrimiento al que están sometidos los trabajadores que son animados por la mujer de la que se ha enamorado, María, en reuniones secretas. Esta especie de “santa” insta a los desesperados a que esperen al mediador que les salvará de su desolación.


El padre de Freder, sospechando que hay una revolución en marcha, encarga a un inventor la realización de un ser-máquina o androide con el rostro de María para que siembre la discordia entre los obreros. Finalmente el caos se adueña de la ciudad y “La ciudad de los obreros” sufre una inundación. Freder y la verdadera María logran evitar el desastre rescatando a todos los niños de la catástrofe. El happy end es muy simplista: el padre de Freder entra en razón y ofrece su mano a los trabajadores para lograr un entendimiento. Esta ambigüedad en el final se puede deber a los distintas ideologías que profesaba el matrimonio artífice del guión (Fritz Lang con unas ideas de izquierdas, huyó de la Alemania nazi y después fue objetivo de la Caza de Brujas provocada por el senador MacCarthy hacia sospechosos comunistas, sin embargo su esposa, Thea Von Harbou, se quedó en Alemania y colaboró con los nazis).



Las interpretaciones son bastante excesivas (sobre todo la del actor protagonista, Gustav Fröhlich)  o exageradas, encantadoramente exageradas diría yo, y que eran típicas en el cine mudo en un intento de suplir la falta de sonido con expresividad. Pero hay que subrayar algunas fascinantes como la del inventor, Rudolf Klein-Rogge, la del dueño de la ciudad, Alfred Abel, o la de la maravillosa protagonista principal, Brigitte Helm, en su doble papel de santa justiciera y de androide-fatal.


Aunque la versión corta fue la más conocida, hoy en día ha sido restaurada gracias a una copia encontrada en Argentina y llega casi a las dos horas y media de duración (es la que más se acerca a la visión que tenía inicialmente Fritz Lang).

La película mezcla elementos del futuro con otros medievales o de la antigüedad (quema en la pira, el antiguo dios Moloch, etc). Los escenarios son espectaculares para la época con momentos impresionantes, como el de la inundación. También es de subrayar la cantidad de extras que intervinieron y que se mueven en una coreografía perfecta en sus jornadas laborales, diarias e interminables.



Una cinta muy polémica en su época, con ciertas dosis de sexualidad y violencia que fue un fracaso comercial, pero que hoy en día es un redescubrimiento insólito. Una película muy visual que cuenta con imágenes muy potentes. Hay que valorar de nuevo las intenciones y los grandiosos esfuerzos de aquellas personas por hacer ilusión y magia de ese cine en sus inicios y además conseguirlo. Un filme con una factura impecable y revolucionaria en muchos aspectos.

TRAILER de la película:


viernes, 15 de septiembre de 2017

RELATO: NADA








Deberías apagar la televisión, sí deberías. Llevas como una media hora frente a ella sin ni siquiera observar las imágenes, y mucho menos sin escuchar lo que se masculla en sus entrañas. Realmente no te interesa, estás tirada en el sofá, malgastando el tiempo. La casa está hecha una mierda hace días, pero ni eso va a hacer que te levantes para seguir con el biorritmo que te marca la vida: lunes polvo, miércoles lavadora, viernes barrer y fregar el suelo, y tal. Hoy es lunes, así que una segunda capa de polvo se irá depositando encima de la primera y entonces sí, el musgo blanquecino irá inmiscuyéndose entre los libros, figuritas y demás cachivaches. También te dijiste a ti misma a comienzo de año, que después de la jornada laboral, irías a dar un paseo por la playa con el perro; ese mismo que está ahora tumbado como un ceporro en su mantita adornada con huesos de colores, moviendo las orejas y emitiendo balbuceos a consecuencia de sus transcendentes sueños perrunos.

Empiezas a hacer dibujitos imaginarios con el papel de la pared, entrecierras los ojos y sigues con un dedo los arabescos. No te habías dado cuenta hasta ahora, pero entre dos flores se puede ver un pájaro de perfil perfectamente, con su ojo y su pico, aunque le faltan las patas ¿o garras? Imaginas que les perfilas unas, primero el rabito vertical y luego tres rayitas saliendo de él, el típico pie de pájaro.

De pronto te fijas en tu postura en el sofá. Te has dejado caer y estás tirada tal cual has caído, una pierna flexionada con el pie apoyado en el suelo, la otra pierna sobre el chaise longue, la espalda en una curvatura extraña por el cojín que tiene debajo y la cabeza apoyada contra el respaldo; una posición muy proclive para contracturas. Sonríes, ¿una contractura más? Al menos estás relativamente relajada.

En un momento dado solo escuchas dos respiraciones: la tuya y la del perro. Parecen acompasadas, primero inspira él y luego tú, están sincronizadas en un ritmo perfecto.

Tus pensamientos van a lo supuestamente capital: has cavilado durante dos segundos que podrías llamarle, que podrías volver a disculparte por algo que no sabes muy bien qué es, ¿tu forma de ser? Decirle que todo va a ser como antes, que le quieres, que le amas con todo tu ser, que esas historias son cosas del pasado. En ese tiempo mínimo, realmente has imaginado que puede suceder, que todo puede cambiar a mejor, que solo hay que proponérselo.

Y una mierda…

No le llamarás, no te disculparás, no le dirás que todo va a ser como antes, no le dirás que le quieres, sencillamente porque es imposible. En ese momento podría estar coqueteando de nuevo con su compañera de trabajo, esa de la que habla maravillas; ni siquiera disimula, joder. E incluso todo podría ir aún más lejos. Después de una mirada cómplice podrían estar esperándose el uno al otro a la salida del trabajo, cogerían juntos el coche de él, no el de ella, es más seguro. Podrían ir a un hotel con esa batalla de sentimientos en los que ganaría por fin las ganas, la excitación, el sentir de nuevo “eso”. Pasarían la tarde juntos en una cama desconocida que en nada les recordaría a sus rutinarias vidas. Después saldrían de allí con prisas, con esa mezcla de confusión e irrealidad que da hacer algo supuestamente prohibido.

Te lo imaginas todo, incluso con detalles, te dices a ti misma si no será algo morboso e incluso retorcido. Pero lo que te ha hecho llegar a esa situación, a esos pensamientos que podrían calificarse de perturbadores, ha sido precisamente tu falta de sentimientos, esos que en otro momento se habrían transformado en odio y resentimiento, hoy ni siquiera te producen una ligera turbación.

Y sigues tumbada en la misma posición. Y sigues mirando la pared como si nada. Y sonríes incluso ante la nueva postura del perro boca arriba con las patas encogidas. Está cómodo. Tú también estás cómoda. Y sonríes ante esta nueva realidad. Y piensas de nuevo en él (por si acaso). Quieres sentir algo, aunque sea algo malo, pero es que ya no te importa. Realmente no te importa nada.


martes, 12 de septiembre de 2017

LIBROS: ÍCARO (Deon Meyer) e INTRUSIÓN (Tana French)


Hoy os dejo el comentario de dos novelas negras que me han gustado bastante. En ellas (como suele ocurrir en las buenas historias de detectives) el caso es importante, pero lo que ocurre alrededor, como el ambiente y los personajes, puede llegar a ser más atractivo si cabe.



ÍCARO (2016)

Deon Meyer (Sudáfrica, 1958)



Según la mitología griega Dédalo intento escapar de la isla de Creta y para ello construyó unas alas de plumas y cera para él y para su hijo Ícaro. Dédalo enseñó a su hijo cómo volar y le advirtió que no lo hiciera cerca del sol ni del agua para no echar a perder sus alas. Pero Ícaro quiso volar demasiado alto, a la altura del sol y entonces sus alas se quemaron…

Deon Meyer es un periodista sudafricano que abandonó su carrera para dedicarse a la literatura negra. Sus tramas están ambientadas en este país marcado por un pasado reciente convulso y están escritas originariamente en africaner, pero han tenido tanto éxito que han sido traducidos a varios idiomas, e incluso alguna novela suya ha sido llevada al cine.



Sus libros están protagonizadas por el detective Benny Griessel, un alcohólico que es incapaz de dejar la bebida, y por su compañero Vaugn Cupido, más centrado y sereno (al menos en esta entrega). En este caso tendrán que descubrir al asesino del dueño de una empresa online dedicada a fabricar coartadas para situaciones de infidelidades en un matrimonio. El tema es escabroso porque hay gente importante que acudía a estos servicios y además la trama parece complicarse por momentos ya que paralelamente también conoceremos la historia de una familia metida en el negocio bodeguero del vino que a priori no tiene nada que ver con el asesinato del empresario.

El eje central de la novela es la ambición desmedida, la avaricia y todo lo que un hombre está dispuesto a hacer para lograr sus metas entre una maraña de negocios turbulentos e impudicia. El retrato psicológico que el escritor hace de los personajes es otra de las bazas principales de la novela. Se establece un equilibrio perfecto entre narración principal y vida personal de los investigadores que hacen de la novela una historia redonda escrita de manera fluida, eficaz, intrigante y en momentos emotiva.



INTRUSIÓN (2017)

Tana French (Vermot, EEUU, 1973)



A muchos les asaltará más de una duda a la hora de decidirse por leer este tochaco de la escritora estadounidense afincada en Irlanda, Tana French. Y es que uno puede imaginarse muchas cosas al observar las más de quinientas páginas (de letra tirando a pequeña): trama demasiado compleja con muchos personajes, mucha paja que sobra, giros sin parar etc. No es este el caso.


La joven Aislinn Murray aparece asesinada en su propio apartamento  y en principio todo apunta a lo que parece ser un caso de violencia de género con el novio de la víctima como asesino. La detective Antoinette Conway y su compañero Steven Moran encuentran indicios que les llevarán por otros derroteros y seguirán otras pistas a pesar de que en su brigada todos parecen interesados en que cierren el caso de forma prematura y de que se acuse al novio cuanto antes.

Tana French nos va desgranando casi minuto a minuto, o secuencia a secuencia, una trama de manera tan minuciosa y detallista, que parece que estamos asistiendo en vivo y en directo a una película que pasa delante de nuestros ojos. Las disquisiciones entre los personajes se describen a través de diálogos rápidos y entretenidos, pero con todo lujo de aclaraciones. Los interrogatorios son pequeñas historias en sí mismas con su inicio, nudo y desenlace y están impregnados de una tensión y suspense atractivamente desasosegantes.

El personaje principal es muy jugoso, atípico en este tipo de novelas: mujer guerrillera, sometida a un acoso laboral por sus compañeros masculinos de trabajo, borde, antipática e insensible en muchas ocasiones, a veces cuesta empatizar con ella. Y es que tiene tal coraza ante el mundo, que todos los dardos que la realidad le lanza resbalan por ella de una manera turbadora.

Un humor a veces muy negro, y sobre todo una ironía implacable recorren la novela de principio a fin. Un ambiente que a algunos puede saturar pero que a mí personalmente me encanta.

jueves, 7 de septiembre de 2017

RELATO: MI VIEJO

Saludos a todos. Ya estamos de nuevo por aquí. Con un poco de tontuna y las meninges adormiladas de mucho leer y poco escribir, espero ir incorporándome poco a poco al universo bloguero.
De momento, os dejo el primer relato de la temporada.
Espero que os guste.



MI VIEJO

Mi viejo soñaba con atardeceres en la bahía. Con el sol convirtiéndose en luna por mediación divina. ¿Hubo un tiempo en que los confundiría realmente? Nunca me lo afirmó ni me lo desmintió. Pero a él le daba igual la realidad, lo que le interesaba pasaba en su cabeza: el sol transformándose en luna, el hombre que pasa a ser mujer por la noche. “Las mujeres de mi tiempo eran las dueñas de la oscuridad” contaba. “Tuvieron que vivir en ella mucho tiempo, así que no tuvieron más remedio que moldearla y utilizarla a su antojo”. “Los fantasmas que veíamos los niños a medianoche eran siempre mujeres”. Era un romántico, mi viejo.

Cultivaba a destiempo una huerta a las afueras del pueblo con una parsimonia común en la gente de su edad: “Este verano no han salido las patatas” meneaba la cabeza sorprendido. “Será porque las plantaste demasiado pronto” le decía su mujer, “y se te han helado”, a lo que él respondía con una mirada incrédula de ojos vidriosos y tiernos. Ella, desarmada, le daba un beso en la mejilla: “Ay, Beni, ¿qué vamos a hacer contigo?” y sonreía.

Mi viejo en realidad no era mi padre. Por otra parte, tanto él como su mujer, eran demasiado mayores para ser mis padres reales, eso siempre lo tuve claro. Las circunstancias que me llevaron a vivir bajo el techo de su hogar son confusas. Que se convirtiera en mi viejo yo creo que fue algo más bien casual. Me inclino por algún abandono o una muerte fortuita de mis progenitores. Un día fue al convento a llevar unas manzanas y se encontró conmigo de sopetón en los brazos de una monja:

—Beni, tu mujer y tú nunca habéis tenido niños. ¿No crees que os haría ilusión criar uno? —dijo la monja señalándome con la cabeza.

Mi viejo era un buenazo.

—Debería consultárselo a Herminia. Pero… no creo que ponga pegas. ¿Cómo me lo llevo?

—Es niña.

Me acomodaron encima de unas mantas en la carretilla y nos dirigimos al pueblo. Esta es la historia que me contó cuando tenía tres años y la tengo un poco desperdigada en mi memoria. Lo tuvo que hacer porque yo no hacía más que preguntarles por qué él y Herminia eran tan mayores como los abuelos de Carmen. Y también porque ella nunca fue mi madre, siempre fue Herminia. Una no sabe cómo, pero se da cuenta de esas cosas. Sin embargo el amor que sentía por Beni, su marido, era infinito. A mí aquello me bastaba.

Mi viejo me contaba historias, algunas reales, pero sobre todo inventadas. En un pueblo con pocos niños quería hacerme la vida más llevadera. Me decía que de joven fue marinero, que vivía en un pueblo costero con bahía y que hasta que no se hizo a la mar, pensó que el mundo acaba en el horizonte, en el lugar exacto en que se juntan el cielo y el mar. Luego se dio cuenta de que con un barco navegabas y navegabas hasta que llegabas al próximo puerto. A pesar de que la gente le consideraba un analfabeto, él aseguraba que había visto mucho mundo.

Según él, viajó hasta Brasil (después de marinero pasó a ser explorador), donde conoció a tribus indígenas en el Amazonas, gente que todavía no había sucumbido a la civilización. Me dijo que había contactado con ellos un día que se perdió en una expedición. “Me trataron de una manera especial, pronto se dieron cuenta de que no era una amenaza”. Le contaron mil leyendas y el porqué del aislamiento de un exterior exterminador: “Es la nada que acaba con todo” le dieron a entender. Después le dejaron en un lugar para que fuera encontrado por sus compañeros.

Australia,  contaba, era de los lugares más espectaculares que había conocido: “¿Sabes que cuenta con especies de animales que no se dan en otro lugar del mundo? Es por su circunstancia de isla aislada y por sus especiales condiciones climáticas” o “Los marsupiales son animales que llevan las crías en una bolsa que tienen en el vientre, como por ejemplo los canguros”. Yo hacía que me maravillaba ante aspectos que a mis diez años ya conocía de sobra, pero el simple hecho de ver su cara de embeleso mientras me lo explicaba, me compensaba.

“En África hay muchas guerras” decía, y “la gente se muere de hambre”. Comentaba que, nosotros, el primer mundo, teníamos mucha culpa de eso. “Vi el sufrimiento más atroz en los ojos de un niño, un niñito que no tendría más de dos años”. Y se quedaba pensativo, negando con la cabeza gacha. Luego volvía a sonreír: “Los pigmeos son una tribu de personas muy pequeñas, el más alto será como tú, y les gusta mucho cantar”. 

Los atardeceres se nos caían encima al son de aquellas historias. Después nos quedábamos mascando cada detalle, imaginando mil andanzas, cual silentes pero intrépidos aventureros. 

Mi viejo murió hace unos años, cuando yo tenía unos veinte y él ochenta. En ese momento descubrí su tesoro más preciado. Herminia me dio una llavecita del rinconcito prohibido donde pasaba las noches en vela y al que hasta ese momento me había estado vetada la entrada.

“Se los fue comprando uno a uno al profesor de la escuela, después de jubilarse, durante veinte años y a dos pesetas cada uno”.

Cuando abrí la habitación me quedé embobada. Aproximadamente mil libros repartidos por varias baldas hechas por él mismo, ordenados con gran mimo por temáticas. Había de todo: libros de aventuras, de filosofía, de historia, de arte…

Y en un lugar destacado un letrero en el que se leía: Para ti, hija, para que sigas disfrutando de esas tardes apasionantes. Y debajo una maravillosa enciclopedia: Viaje ilustrado a los más recónditos lugares (de la A a la Z). Cogí el primer tomo “África” y lo abrí por un lugar señalado con un pósit por mi padre y leí: “Los pigmeos son un pueblo del África central que vive de la caza y la recolección. Jengi es el nombre de un espíritu del bosque al que adoran…”