ALMAS SIN PAZ
Una noche más, a las doce en punto, sonaron las campanas de la Iglesia
de San Miguel. Otra noche más, los vecinos de Morón de la Frontera fueron
arrancados de sus sueños para sumirse en un duermevela agitado, lleno de
pesadillas angustiosas. Así lo atestiguaban las ojeras violáceas del día
siguiente, y del siguiente.
Un mes hacía ya de la muerte de mi abuelo Eustaquio. Su corazón se paró,
a las doce en punto de la noche, a la edad de noventa y cinco años. No fue mal
hombre, su vida fue una más de las que se pierden en el flujo de los vientos
que por allí soplaban. Había pasado penurias, como todos, y nunca había salido
de Morón, como tantos otros. Formó con Manuela, ya fallecida, una familia y
regentó una tienda de ultramarinos, lo que le dio cierta notoriedad. Nada más
que destacar. Sin embargo, no había dudas entre los vecinos de la relación
existente entre la muerte de mi abuelo y el repique de campanas a medianoche.
"No está conforme, algo pasa" decían algunos. "Anda, a nadie le
gusta morirse" decían otros. Pero todos coincidían en que era el fantasma
de Eustaquio el que despertaba a los vecinos de aquel, por otro lado, tranquilo
municipio.
Todo lo que sobrevino después de su fallecimiento, con las campanadas,
los desvelos..., fue algo duro de soportar. El hecho de que la ventana de mi
habitación diera precisamente al campanario con la barriada de El Pantano en
lontananza, hizo cada vez más insoportables aquellas noches. Me tapaba con las
sábanas y eludía mirar hacía allí, temeroso de lo que podría encontrarme. Pero
una fuerza poderosa me invitaba a salir de la cama, a sobrevolar lo siniestro,
a encararme con lo desconocido. Cada día se me hacía más difícil no sucumbir a
esas llamadas del más allá. Y un día pasó. Cuando todo el mundo estaba
temblando en sus lechos por las potenciales fechorías de Eustaquio, yo salí de
la cama y me dirigí a la Iglesia.
Mientras me acercaba entre sonámbulo y decidido a mi destino, la
tentación me hacía mirar una y otra vez
hacia arriba. En pleno trayecto dieron las doce, y las campanas comenzaron a
sonar. Volví a mirar esperando encontrar la figura de mi abuelo, pero cual fue
mi sorpresa cuando la cara sinistra de Manuela se asomó por una de las ventanas
del campanario.
—¡Espérame ahí! —me dijo con una voz carrasposa. Me quedé como una
auténtica estatua viviente hasta que vi aparecer, traspasando la puerta de la
iglesia, la figura de mi abuela con el camisón de encaje que la vio morir.
—¡Cómo se os ocurre enterrar al viejo a mi vera! ¡Después de la vida que
me dio! ¡Ay!, cría cuervos... —Yo intenté explicarme acerca de mi nula
participación en el entierro de mi abuelo, y del desconocimiento que tenía de
la vida conyugal que habían mantenido ambos. Pero ella me dijo "chitón"
y yo cerré mis labios.
—Hay que desenterrarlo cuanto antes, no puedo soportarlo, y tú me vas a
ayudar. Vete al local de tu padre y coge los aperos, yo te espero en el
cementerio.
Cuando tuve la azada y la pala me dirigí hasta allí. Ella esperaba
sentada encima de su tumba. Me hizo cavar durante dos horas hasta que dimos con
el ataúd.
—¿Y qué hacemos con él? —le dije. Se quedó meditabunda uno instantes.
—Vamos a meterlo con Fede, ¿no se reían tanto juntos? —dijo mientras
mostraba uno dientes negros con piorrea. Esto me llevó otra hora más. Tuve que
recorrer cien metros arrastrando el cadáver de mi abuelo hasta la sepultura de
Federico. Cuando volví a la tumba de mi abuela ella estaba retirando la lápida
para meterse dentro:
—Bueno hijo, muchas gracias. ¡Pórtate bien y estudia! —Me dio un beso y
con las mismas se metió en el agujero.
Todo lo que recuerdo de aquel día es como un sueño borroso, algo que en
realidad no ha sucedido. Pensaba que todo había terminado y que la vida
volvería a ser algo más sosegada, pero nada más lejos de la realidad. Todas las
noches viene a verme mi abuelo Eustaquio, implorando, suplicando de rodillas
que le saque de la tumba de Federico.
Terrorífico y gracioso a partes iguales, inesperado final.
ResponderEliminar¡Gracias por tu comentario, anónimo!
EliminarY es que nunca se sabe... especialmente si no puedes elegir tus vecinos. Estupendo relato!
ResponderEliminarGracias por tu comentario Baile del Norte! Efectivamente a veces no hay elección y pasa lo que pasa...
EliminarBaile DE Norte, perdon...
EliminarSaludos, como han dicho por aquí, es un texto cargado de humor negro. Ha sido una lectura interesante y amena. Si me permites una corrección, creo que sobra el guión en "Yo intenté explicarme..." al no ser diálogo. ¡Un saludo y sigue así!
ResponderEliminarGracias por pasarte por aquí y por tu comentario José Carlos. Lo que me ha ocurrido es que antes he cambiado el ancho del blog y se me ha ido la linea para abajo, pero es un guión de cierre de diálogo. ¡Un saludo!
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