EL AGUA QUE SIENTE
Cuando Livingstone, misionero y explorador, se encontró con la belleza y
enormidad de aquellas cortinas de agua que caían del río Zambeze, tuvo la idea
de bautizarlas como Cataratas Victoria, en honor a su querida reina inglesa.
Sin embargo, Tadika, alrededor de ciento cincuenta años después, empapado en el
borde del acantilado por el vapor de agua, sabía que aquel espectáculo llevaba
allí millones de años. Es más, la gente local que siempre había vivido en ese
lugar, ya tenía un nombre más apropiado para ellas: el humo que truena.
Mientras guiaba a los turistas con sus caras asombradas, sus barrigas
rechonchas, sus prendas caqui, y su piel color leche, recordaba una leyenda que
provenía de sus ancestros: Una pareja de enamorados separados por el corte que
un dios había querido poner allí. En contra de sus padres, Cherima quiso
atravesar la catarata, y el agua se la tragó. Su amado, Tankanda, pidió al
cielo que el agua dejara de tronar por un momento. Quería ir en busca de
Cherima. Sus antepasados comentan que durante una hora, la catarata cesó en su
ruido, y el río se secó por completo. Se dice, que unas horas después, cuando
el agua volvió a brotar, dos pequeñas figuras aparecieron en el otro lado, y
tal era su alegría, que la catarata les eternizó para no sentirse sola. Algunos
dicen haberles visto andar sobre las aguas, y escuchar de fondo una sonora
carcajada.
Bonito, te transporta a las mismísimas cataratas.
ResponderEliminar¡Gracias por tu visita y tu comentario J. Williams!
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