sábado, 3 de junio de 2017

RELATO: EN EL SUBSUELO.








Llevo la maleta de ruedines en una mano, así que he tenido que hacer un juego de muñecas rusas con el portátil, la tablet y el móvil; cada uno metido en la funda del otro. De esta guisa, es difícil esquivar a la gente por la vía principal de la ciudad, es como un dribbling tras otro para llegar a la portería: la boca del metro. Todos andamos igual, carreras, taconeos, empujones, adelantamientos peligrosos. Pero lo sabemos hacer bien, estamos sincronizados; es así todos los viernes. Nadie quiere perder el avión que le llevará a su refugio en esas ciudades tan diferentes a la gran urbe. Esas ciudades-pueblo que son la guarida perfecta para esta jauría humana. El hogar…, imperfecto, pero hogar al fin y al cabo.

He pasado el primer escollo: los torniquetes. Intentaré llegar a mi parada lo antes posible para coger sitio delante y así poder sentarme en el primer vagón. Es mi ritual, no puedo obviarlo, es imposible. Llego con paso acelerado a este mi primer destino y casi arrollo a una mujer que alza la voz a los allí presentes: “Dios no os falla, los hombres sí. ¡Escuchadme! Dios no os falla…” La gente la observa con cierta curiosidad pero enseguida se centran en el móvil. Un minuto y ya se oye la máquina a lo lejos; unos segundos después he logrado sentarme sin problemas. Otro minuto y el tren está abarrotado. El tufo a sudor se mezcla con el olor típico del metro, ese olor inconfundible.

Ya estamos ligeramente tranquilos. Aunque los que viajamos con maletas sacamos los móviles con cierta ansiedad, hace un rato que lo echamos en falta en nuestra mano. “Toilet, toilet, please!”, es un turista angustiado. “No toilet inside” le suelta alguien ante su mueca aterrada. En la siguiente parada sale corriendo con su mujer de la mano.

En ese momento soy testigo de una escena insólita. Un hombre de mediana edad está sentado al lado de las puertas de salida. Está inclinado hacia delante y tiene las manos sobre la cabeza; es una imagen desoladora. Una mujer y un niño de unos cinco años se sitúan a una distancia prudencial. El niño no hace más que observar al hombre de manera directa, sin disimulo. El pequeño le pone una mano en el hombro y… le sonríe. El señor le mira atónito y también sonríe. Se quedan así unos segundos. “Gracias, me has alegrado el día” creo escuchar. Poco después varias personas se interponen entre ellos y yo, y la historia se desmorona. Trato de atisbar, pero ya no logro verles.

Me he quedado en una especie de duermevela.

Algo vuelve a atraer mi atención. Una pareja acaba de entrar en el vagón. Enseguida me doy cuenta de que algo les sitúa en otro lugar diferente al de los demás; cada uno lleva un bastón en la mano. Con sonrisas, “por favores” y “gracias” intentan alcanzar la barra que está en el centro. Llevan un ritmo diferente, no tienen prisa, pisan sobre una alfombra de colores y aspiran un oxígeno inalcanzable para los demás. Ella tiene las mejillas sonrosadas y él no para de hablar. No se miran, no se ven, pero se sienten. Con una mano agarran la barra y con la otra se tocan. Ella comienza con la cara de su compañero, primero la frente, sigue por los ojos, la nariz, los labios…, se detiene unos segundos en cada sitio, como tratando de cerciorarse de que está captando cada detalle. Él ya no habla, le da besos en las yemas de los dedos en señal de agradecimiento. Miro alrededor con curiosidad, ¿alguien está siendo testigo aparte de mí de esta excepcional escena? Parece que no, todo sigue su rutina de artificio digital.

Pero mis jóvenes héroes siguen a lo suyo, ajenos a timbres, sonidos eléctricos y avisos en forma de campanillas. Sus ojos sin vida nunca conectan, porque no hay miradas, pero está el tacto y está la piel.

Ahora se apretujan las manos, de una manera peculiar, parecen masajeárselas.  Juegan con los dedos, los entrelazan, los presionan hasta sentir el hueso. Él ahora se ha encontrado con una oreja y parece divertirle. Toca cada pliegue, el cartílago elástico, el lóbulo. Luego baja al cuello, ella tiene un lunar y se dedica un tiempo a palparlo. Sigue por el hombro hasta el antebrazo para finalizar otra vez en la mano. Y otra vez el jugueteo. Si alguien les observara desde una distancia prudencial parecería que él me mira a mí y ella mira a la señora que está enfrente. Pero nada más lejos de la realidad, nosotros no les interesamos, se están acariciando el alma…, han dado con las teclas perfectas que suenan a música celestial, interpretan el cuerpo del otro como algo etéreo, su pulsión va más allá de lo meramente carnal. Lo que les ocurre no está al alcance de cualquiera.

La máquina para, se agarran de la cintura y siguiendo el mismo procedimiento de entrada, hacen su salida de mi espacio visual. Les sigo con la vista, no quiero que se vayan, quiero pertenecer a su mundo, siento envidia. Pero poco a poco el tren se aleja y les pierdo entre la multitud.

De repente noto un vacío. He sido testigo de dos momentos humanos en los que no he sido el protagonista. Mi historia se escribe con renglones rectos, negros, Times New Roman, tamaño 12. Abro el Whatsapp buscando algo de vida, mi vida. Algo hay: Diego me recuerda que el informe tiene que estar para el lunes a primera hora. Mi mujer no está en línea, así que en un arranque más que audaz la llamo, sí la llamo, aunque sé que está trabajando. Me responde asustada “¿Qué pasa?” Nada, le comento, solo quería escuchar su voz. “Ah, pero estoy trabajando. Mejor hablamos cuando llegues ¿no?” Silencio. Vale, le digo, perfecto. Y colgamos.

Saco el ordenador, lo enciendo y abro el procesador de textos, me froto las manos y empiezo, veamos, Informe de Resultados…


36 comentarios:

  1. oh! la vida subterranea produce esas cosa, impactante relato, a mi tambien me da un poco de claustrofobia estar por alli, siempre lo hago con alguien. te compartimos y llevamos al muro de la morada, gracias y saludosbuhos.

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    1. Hola Buho. Sí que a veces es claustrofóbico, pero compensa a veces encontrarnos con ciertas situaciones.
      Me alegra que te haya gustado el relato. Mil gracias por compartir.
      Un abrazo muy fuerte.

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  2. Realidad o ficción, ficción o realidad... yo no consigo diferenciarlas en tu relato. Para mí todo él tiene la maravillosa magia de lo que está tan bien escrito que ese aspecto deja de ser importante. Solo importa que no podemos dejar de leer y de sentir en cada renglón. Precioso, Ziortza, es como un trocito de vida :))

    ¡Un beso grande!

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    1. Gracias Julia. Yo diría que es una ficción muy real, jeje. Realmente las personas que somos un poco observadoras creo que nos podemos encontrar con mil situaciones cada día. Momentos cotidianos, pero que según la época que estemos viviendo, pueden parecernos singulares o especiales.
      Me alegra que te haya gustado el relato, Julia.
      ¡Un besazo muy grande!

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  3. La verdad es que a veces nos ocurren cosas así, seguimos una rutina sabida de memoria y acabamos por "descarrilar" al abrir los ojos a lo que sucede a nuestro alrededor. Si el protagonista siguiese pendiente de su pantalla digital pasaría por alto ese par de escenas que lo descolocan, que le obligan a llamar a su mujer simplemente para oír su voz, quizás con el único objetivo de sentir la misma sensación de calidez humana de la que está siendo testigo. Me gusta ese desconcierto tácito que dejas entrever, que no le impide retomar sus quehaceres cotidianos como si no hubiese sido más que un espejismo... ¡Enhorabuena por el relato y feliz fin de semana! Besos

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    1. Gracias como siempre, Eva, por tu maravilloso comentario y por la forma tan buena que tienes siempre de interpretar los relatos. Creo realmente que en otro momento de su vida quizás el protagonista no hubiera mirado a su alrededor, pero yo creo que acaba haciéndolo precisamente por esa calidez humana que parece necesitar. Pero por otro lado, vuelve a sus tareas porque no le queda otra.
      Te agradezco de nuevo tus palabras, guapa.
      ¡Un abrazo muy fuerte!

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  4. ¡Joder que bueno Ziortza!
    Un retrato perfecto de lo que pasa en el metro, el cercanías, o incluso en un avión.
    Yo directamente lo flipo cuando entro en el metro, y parecemos autómatas mirando a la pantallas, vamos que yo creo que se queda un tío muerto en el asiento y la gente no se entera. A mi por ejemplo me encanta la música en vivo, y en el metro entran muchos músicos y algunos realmente buenos, yo en ese momento dejo la la lectura y escucho el regalo que me están ofreciendo, pero la gente pasa olímpicamente y siguen a su rollo. Por otra parte y como le pasa al protagonista de tu relato también he observado alguna historia de amor en algún vagón realmente encantadora. Un abrazo Ziortza.

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    1. ¡Muchas gracias Miguel por tus palabras! Tienes toda la razón, yo he utilizado el metro como escenario, pero bien podría darse la situación en cualquier medio de transporte. Lo de la gente mirando el móvil me produce hasta gracia a veces (es un decir), es cómo observar esas películas de ciencia ficción de hace unos años que se han hecho realidad. A mí también me maravillan los músicos del metro, aunque aquí es difícil verlos (es un metro pequeño), los he visto más en Madrid.
      A veces, con tan solo observar, podemos ver "pequeñas" grandes historias, que son como oasis en pleno desierto.
      Te agradezco de nuevo tus palabras, Miguel. Me alegra que te haya gustado el relato.
      ¡Un fuerte abrazo!

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  5. Ohhh que buen relato has escrito, es la vida misma. Cada día la gente sube al metro y vive su vida acelerada, con prisas por llegar al trabajo, a casa o dónde sea, pero no nos paramos a disfrutar de esos momentos que nos da la vida. Vivimos acelerados, sumidos en lo material y digital, pero si observásemos más nuestro alrededor veríamos los sentimientos y realidad de quienes nos rodean. Un besote guapa, felicidades por tu relato!

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    1. Muchas gracias María. El futuro nos ha traído cosas buenas y otras no tanto, como el tema que dices. No me gusta revivir mucho el pasado, pero si que es verdad que antes todo era más lento, y no pasaba nada. Ahora se nos exige cada vez más y más, y todo cada vez más rápido. Supongo que habrá un límite para esto.
      Me alegro que te haya gustado el relato, María.
      ¡Un besazo!

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  6. Es muy bueno. De hecho creo, también, que tocarse el alma no está al alcance de todos. No es solo lo que uno ve, es como le llega y lo transmite. Muy bien transmitido con la sencillez y clara tinta. Un saludo!

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    1. Hola Keren. No, no creo que esté al alcance de todos. Los sentimientos no tienen nada que ver con lo visual. Me alegra que te haya gustado.
      ¡Un abrazo!

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  7. Hola Ziortza, cuántas historias debajo de tierra. El metro da lugar a fantasías, mil protagonistas, mil historias, a duermevela o con el insomnio que se arrastra en la inercia de los vagones. La historia puede ser tan real...pena que todo vaya tan rápido y el despertar sea con el pulsador de la puerta de la estación. Genial. Un abrazo

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    1. Hola Eme. Un viaje en un transporte público puede dar para mucho..., suelen ser buenos para la imaginación y también para la observación (sin mucho descaro por supuesto, jeje), lo que viene muy bien para el que escribe. Algo bueno hay que sacar de esos viajes que a veces son un poco tediosos...
      Gracias por tus palabras, Eme.
      Un besazo.

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  8. La vida, o lo que es lo mismo el correr en el que vivimos.
    No vemos más allá del corto plazo y con él nos perdemos lo duradero, el alma.
    Cuando he leído el por favor y gracias, casi me da por preguntar, qué palabras más extrañas, ¿será verdad que existen? Has roto con lo cotidiano y has introducido una escena mágica y rompedora en este mundo oscuro en el que andamos caminando.

    Me ha encantado, de verdad, ¡te felicito!
    Besitos, :)

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    1. Muchas gracias Irene por tus amables palabras.
      Tienes razón, hoy en día las palabras "por favor" y "gracias" están como en desuso, yo suelo utilizarlas muy a menudo, y cuando lo hago mucha gente se sorprende, en fin.
      Me alegra que te haya gustado el relato.
      Un besazo. ;)

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  9. A lo mejor es porque soy de "pueblo", pero cada vez que voy a una gran ciudad me siento tan estimulado, es tanto lo que ocurre a mi alrededor. Y me sorprende la poca atención que se dedica la gente, las prisas y lo desapercibido que pasa todo. Con los smartphones este aislamiento creo que se ha intensificado y no solo en las ciudades, por todas partes. Supongo que es parte del tema de tu relato es ese, como nos perdemos la vida dentro de nuestra burbuja. En este contexto, la capacidad de observación del escritor me parece más valiosa, si cabe.
    Un abrazo.

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    1. Yo también se puede decir que soy de "pueblo" y cuando voy a la ciudad (jeje, cómo suena) me gusta el ambiente que se respira, pero si que es cierto que la gente va mucho como a su bola, cosa que en ciudades pequeñas y pueblos no pasa. Aquí te vas saludando con el que te encuentras (normalmente).
      La observación creo que es indispensable para el que escribe.
      Muchas gracias por tu comentario, Gerardo.
      Un fuerte abrazo.

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  10. Es texto genial Ziortza, me ha encantado. En ocasiones tengo la sensación de que vivimos en una colmena o una granja de hormigas, como se quiera. Pasamos la vida de forma veloz, sin contemplar las maravillas que nos rodean, hasta que un día surge la chispa y despierta esa parte adormilada de nuestra consciencia. Entonces de repente notamos que algo ha cambiado, que tal vez el cielo está más azul, o captas los detalles de una fachada antigua por la que has pasado millones de veces. O captas algo tan puro como el amor en los demás. Y eso es lo que le ha pasado a tu protagonista en el metro. Últimamente no suelo cogerlo mucho pero cuando lo hago siempre me encuentro observando a la gente, de forma que no se note, eso sí, tampoco pretendo molestar a nadie. Aunque de esa manera pueden surgir historias maravillosas. Enhorabuena por el texto, transmite mucho. Un fuerte abrazo! ; )

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    1. Muchísimas gracias Ramón. Esa sensación desasosegante que describes la sentimos muchos. Lo peor es que nos damos cuenta, pero poco hacemos por remediarlo (o la vida no nos deja, mejor dicho). Cuando veo, como dices, algo que tendría que ser normal pero que hoy en día parece excepcional, como el amor puro, un gesto de agradecimiento... sonrío. Deberíamos practicar más esas cosas: sonreír, dar las gracias (he comprobado que pueden ser contagiosas y eso es bueno, jeje).
      Te agradezco de nuevo tu maravilloso comentario.
      Un abrazo muy fuerte :))

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  11. Cuando observamos lo que ocurre a nuestro alrededor mil momentos se podrían contar. Si eres un poco observador te das cuenta que la gente no repara en el que está al lado, normalmente en el tres o metro la gente va a lo suyo o alguien leyendo un libro, con el móvil, adormilado, depende del tiempo que viajen. Así que observar y escribir lo que se vé es una maravilla y contarlo como tú lo haces es un privilegio. Un abrazo Ziortza

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    1. Muchas gracias Mamen. Como dije, la observación es la principal "arma" del que escribe. A veces no hace falta que pasen cosas extraordinarias, un simple gesto puede dar para mucho. Una historia puede arrancar de una idea aparentemente intrascendente.
      Me ha gustado mucho tu comentario, Mamen. Un fuerte abrazo.

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  12. Qué maravilla. Una vez más se demuestra que la capacidad de observar pequeños (o grandes) "poemas humanos" en medio del ajetreo aséptico del día a día, es una de las claves para escribir pequeñas (o grandes) joyas como esta.
    Gracia por compartir tus letras y un abrazo Ziortza.

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    1. Muchas gracias Andoni por tus palabras siempre tan amables. Qué importante es la observación, y no solo para escribir, sino para darnos cuenta, a veces, de lo que es importante realmente porque igual nosotros lo tenemos olvidado.
      Te mando un abrazo de vuelta y nos "vemos" por tu rincón.

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  13. Precioso, Ziortza. De verdad que me gusta mucho tu estilo de escritura. Está en la justa medida entre lo poético, sin caer en el artificio, y lo bonito de la sencillez (que no la simplicidad).
    Has retratado muy bien un momento de candor y tranquilidad en medio del atropello cotidiano de la rutina. Uff, menos mal que en mi ciudad no hay metro.
    Sigue sacando partido de tu talento.
    ¡Un abrazo!

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    1. Muchas gracias Sofia. Aunque creo que no tengo un estilo muy definido, la verdad es que escribir sencillo y claro es algo que siempre tengo presente (intentando no caer en lo vulgar).
      En mi pueblo tampoco hay metro, pero de vez en cuando lo tengo que coger en la ciudad jeje, aunque he de decir que el metro aquí no es tan transitado como puede ser en Madrid o Barcelona.
      Te agradezco de nuevo tus agradables palabras.
      Un beso.

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  14. Muy bueno Ziortza. Te superas. Un abraz. Héctor

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  15. Había olvidado por completo todo lo que ocurre bajo tierra, en el metro que lleva y regresa de continuo a tanta gente variopinta. Tu protagonista es un gran observador, y tu has sabido plasmar la parte tierna y agradable que existe en cualquier lugar.

    Excelente relato, Ziortza. Te quedó real como la vida misma.
    Un fuerte abrazo-)

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    1. ¡Hola Mila! Como bien dices la ternura la podemos encontrar en cualquier lugar, en este caso es el metro, pero puede ser en un autobús, en un parque..., pero quería dar esa sensación de contraste que suele ocurrir en el metro. Lo ideal es que esos momentos agradables no fueran tan puntuales.
      Te agradezco tu comentario, querida Mila.
      Un besazo.

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  16. Un fantástico fresco urbano, Ziortza. Voy en metro cada día, lo cojo cuatro veces, así que se puede decir que paso media vida, y hasta que es el lugar donde más escribo. Es el ejemplo de que la cercanía no hace el cariño. Tan apretujados, tan revueltos y sin embargo se percibe esa sensación de que cada uno estamos en nuestro propio planeta. También es un mundo con sus reglas, con la lucha callada por acceder al asiento, por perder la mirada en el móvil o en un libro cuando aparece alguna embarazada o una persona mayor, solo para hacerse el despistado para no ceder el asiento. También, todo hay que decirlo, están personas aparentemente desvalidas pero que se convierten en atletas olímpicos cuando descubren un asiento vacío. Y por supuesto, los músicos en busca de monedas, los mendigos... Y todo eso cuando no hay huelga y el espacio se reduce a una lata de sardinas. Un submundo en toda regla, y menos mal que no se han puesto de moda esas gafas en las que pones el móvil, te aseguro que hubo unas semanas en las que vi a varios así. Me ha encantado, Ziortza. ¡Un abrazo!

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    1. Buff, cuatro veces al día..., eso si que es pasar tiempo en el metro. Es una "jungla silenciosa" como bien dices, una especie de "déjame que yo a ti no te molesto". Lo de hacerse el despistado para no ceder el asiento a quien lo necesita me parece ya lo más..., a esto hemos llegado. Aunque quiero pensar que siempre hay pequeños oasis en medio de tanta locura. Por lo que cuentas David, tienes para una novela por lo menos (el metro aquí es más de andar por casa), incluso hasta igual te resulta de lo más inspirador. Ahora que estoy viendo la serie de Black Mirror (que es angustiante pero me está gustando mucho) la verdad es yo ya me imagino cualquier cosa en un futuro no muy lejano.
      Muchas gracias por tu elocuente comentario, David, es como una pequeña historia también.
      ¡Un fuerte abrazo!

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  17. Alguien sentado observa a ese hombre absorto, que parece procesar cada escena, escudriñar cada alma que se bambolea al compás del ritmo frenético del vagón. Ese hombre con el corazón oprimido por las vidas a las que se asoma y para las que trata de construir una realidad profunda y solemne. Así sea en lo liviano de unas caricias, o en lo enternecedor de un gesto infantil.
    Ese hombre que ahogado por los hilos invisibles de la vida, que transita por entre los cuerpos y por entre los espacios que distancian los cuerpos, siente como la nostalgia y la melancolía le hacen sentir abrumadoramente solo. Solo entre las historias que le rodean, que le cercan...
    Y ese alguien que le observa, le ve sacar el móvil para llamar a su mujer y escuchar su voz, y sentirse así parte de ese universo de relatos cargados de hondura. De vida...
    Pero algo se rompe cuando el hombre cuelga tras intercambiar un par de frases tristes y cae al abismo de su rutina insustanciosa, absorbido por la pantalla del ordenador.

    El observador siente lástima por él. Luego se levanta y abandona el vagón. Ha llegado a su parada.

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  18. ¡Guau Ángel! Me parece increíble la especie de continuación que has hecho al relato. De verdad que te felicito por esta narrativa tan brillante y por interpretar también lo que yo quería reflejar con mi relato añadiendo otro punto de vista maravilloso como es el del "observador observado". Sencillamente magistral.
    Te mando un fuerte abrazo.

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  19. Hola Ziortza,
    LLevo algún tiempo viendo cómo compañeros de letras comparten y comentan publicaciones y tuyas pero hasta ahora, por pura desidia (más blogs a seguir no, por favor, no puedo dar abasto!) no he dado el paso para indagar qué había de cierto en las alabanzas que leía. Debo decirte que con la lectura de este relato tan entrañable, humano, poético, filosófico, en definitiva precioso y tan bien narrado he comprobado la veracidad de sus elogios. Lo que he visto y leído aquí me ha demostrado que me he estado perdiendo buenas dosis de literatura embotellada en este frasco tan interesante que es tu blog.
    Ha sido mi descubrimiento del día.
    Puedes contar con un seguidor más, si de algo te sirve saberlo.
    Un abrazo.

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    1. Hola Josep Mª. No sé si merezco tantos elogios por tu parte, pero bueno jeje, los acepto encantada. La verdad es que yo también te conocía por compañeros y los comentarios hacia ti son también muy buenos, pero cómo dices, a veces uno o una se pierde entre tantos blogs. (También tengo que confesar me da cierta timidez hacer comentarios en sitios nuevos para mí). Me alegra que te haya gustado mi blog y esta historia en concreto.
      Me pasaré por tu rincón que tengo ganas de leer tus relatos.
      Un fuerte abrazo y feliz domingo.

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