El prisionero de la celda 64,
don Isaías Cordero, recibió con desgana a su visitante. Señor distinguido,
traje impoluto, gafas de empollón. Pensó que se trataría de alguno de los
personajes o periodistas que su amigo Merino le acostumbraba a mandar, y que le
obligaban a estrujarse las meninges con entrevistas interminables. Nada más
lejos de la realidad. Isaías se quedó petrificado cuando el susodicho se
presentó como su nuevo abogado de oficio, y le notificaba que quedaba libre
después de veinte años de prisión injusta acusado del homicidio de Romerito.
"El verdadero asesino se ha desmoronado y ha confesado". Después de
unos segundos de estupefacción, reaccionó. "Tantos años ha necesitado el desgraciado
para venirse abajo; extraña personalidad, sin duda" dijo Cordero.
El abogado dejó a Isaías
pensativo sentado en la silla de la celda. No sabía muy bien como expresar lo
que sentía en ese momento, así que le despachó enseguida. El otro parecía no
entender y se fue meneando la cabeza. “¡Qué personajes algunos…!” oyó que decía
entre dientes.
Mientras pensaba en su
amigo Merino y en todas las molestias que se había tomado a lo largo de todos
esos años, llamando a los medios de comunicación, todo ello en aras de
demostrar su inocencia, el nudo de su estómago empezó a retorcerse hasta
convertirse en un dolor insufrible. En ese momento Pedro, su compañero de celda,
entró con su andar cansino:
—Pedro que soy libre…
—acertó a decirle con un amago de voz que más parecía un lamento de plañidera.
—Pero, ¿qué me dices?
¿Para eso ha venido ese tío?
Isaías asintió con la
cabeza varias veces.
Pedro le cogió por los
hombros, le puso de pie y le dio un abrazo de oso. Parecía un pequeño muñeco
sin articulaciones entre las extremidades fuertes y contundentes de su
compañero.
—¡Cómo me alegro amigo!,
tantos años esperando este momento…
Augusto Romero, Romerito.
El caso había sido muy conocido en su momento. Isaías había sido el último en
ver al joven en el pantano del pueblo. Solían ir juntos a tirar piedras al
agua, a matar el tiempo. A veces también iba Merino, pero ese día tenía
problemas en casa. Ambos sentían una querencia por el chico. Era un chaval
“especial” como se decía por entonces, con una madre prematuramente enferma de
olvido y un padre intermitente, poco inclinado a acarrear con problemas
familiares y con propensión a soluciones rápidas y etílicas.
—Pero te veo raro, como si
algo no te cuadrara. —Pedro le devolvió a la realidad.
—No es eso, es que…,
después de tanto tiempo…
Romerito apareció ahogado
en el pantano. Al principio se creyó que había sido un desafortunado accidente.
Pero después le descubrieron las marcas en el cuello. El cura comentó que le
solía dar dinero, cuatro perras, y de ahí la policía concluyó que le habían matado
para robarle. Aunque los vecinos no pensaban lo mismo.
—¿A dónde voy a ir Pedro?
Si mis padres murieron ya.
—Vamos, vamos Isaías, ¿no
me vendrás ahora con el Síndrome de Estocolmo?
—Pero es que mis padres…
—Ya, ya, se han muerto.
Eran mayores ¿no?
Cuando encarcelaron a
Isaías tenía veinte años. Sus padres apenas cincuenta. Al principio venían a
verle con la cara desencajada, víctimas de la vergüenza. Pocos meses después
dejaron de hacerlo. Merino le contó que no salían de casa, que les habían pintado
los muros de la entrada. Habían muerto de cáncer con apenas un año de
diferencia.
—Escucha, tienes a Merino.
Seguro que te echa una mano. Si no yo tengo algún contacto por ahí, un currillo
seguro que te puedo encontrar. No te asustes, algo fiable.
Pedro era un buen hombre.
Había estado otras cuatro veces en prisión. Trapicheos y algún escarceo con la
droga a pequeña escala. Era de esos hombres que no se habían metido de lleno en
el agujero todavía, pero que le quedaba un pequeño empujón. De mientras mantenía
cierta inocencia y un aire descuidado que le podían llevar
en cualquier momento a la cuneta de alguna carretera dejada de la mano de Dios.
—Pobre chico…
—¿De quién hablas, del
Romerito? Mira, seguro que él ni sufrió. Tú, sin embargo llevas veinte años en
la cárcel, Corderillo, no lo olvides.
—Sí que tuvo que sufrir,
le ahogaron; tuvo que sufrir y mucho.
Fue él el que le encontró
flotando en la orilla. La cara contraída en una mueca rara. Hablaba por los
codos y de repente se calló. Su risa que explotaba en un estruendo infantil,
cesó. Y se quedó con el vientre hinchado y las extremidades rígidas. Así, sin
transición alguna, Isaías fue el último en dejarle vivo y el primero en
encontrarle muerto. Le sacó del agua, le depositó sobre el trapo roído que
siempre llevaba y le cerró los ojos. Y después, sin saber por qué, se fue a
casa directamente y se puso a llorar. Aquella acción había sido su condena.
—¿Te ha dicho el abogado
quién ha sido?
Nadie le había entendido, ¿por
qué no le dejó donde estaba?, ¿por qué
no había acudido a la policía…? Le insultaron, le tiraron piedras cuando se lo
llevaron detenido, le llamaron desviado… “¡cómo no has podido le has matado…!”
le dijeron, “si era un pobre niño sin
entendederas, ¿por qué lo has hecho salvaje?, ojalá te pudras en la cárcel”.
—Ha sido el padre.
Se hizo un silencio. Los
dos hombres se miraron unos segundos. Pedro meneó la cabeza.
—Joder que historias…
Igual es de esos casos de “homicidio por piedad”, el otro día leí un caso en el
periódico: una mujer había matado a su marido porque era enfermo terminal y no
quería que padeciera, según cuentas el chico era…
—Le mató para robarle el
dinero que le había dado el cura. Eso es lo que ha dicho.
Isaías visualizó al hombre
por unos momentos: andar desgarbado, mirada huidiza, cabeza gacha, actitud
desconfiada. Romerito no quería a su padre: “Es malo y me pega” balbuceaba.
—Menudo cabronazo —dijo Pedro.
“El padre deambula como un alma en pena”. Su mujer
había muerto unos años antes y él había envejecido veinte años de golpe, según
Merino. Le habían quitado la casa por las deudas. Su vida giraba en torno a un
banco del parque. Por la noche se tumbaba y dormía, y por el día se sentaba y
bebía tetrabriks de vino. ¿Por qué habría confesado? ¿Por culpa? ¿Por desesperación?
¿Por tener un techo bajo el que morir?
Pedro le puso una mano en el hombro a su compañero:
—Amigo, olvida todo y comienza de nuevo.
Isaías le miro con una mezcla de ternura y miedo en los
ojos. Quiso imaginar su vida a partir de ese momento y solo vislumbró un
pantano de agua oscura. La vida había vuelto sin avisar, la burbuja se había
pinchado, la puerta se había abierto para dejar paso a un vendaval, y todo ello
en cuestión de horas.
—Lo intentaré Pedro, lo intentaré.
Días más tarde, Merino
aguardaba inquieto en las puertas de la cárcel;
el incondicional, el informante, su hermano del alma. En el mismo
momento en que Isaías Cordero pisó la calle, recordó una medallita de la Virgen
de los Desamparados que le había regalado su madre y que se había dejado en la
celda. Mantenido durante años por el Estado y con un solo amigo esperándole a
la salida, se sintió más preso que nunca.
Que historia! Que bien escrita! He podido ver a los personajes y hasta escucharlos hablar... Gracias por compartir.
ResponderEliminarVaya muchas gracias Bruno, qué generosas son tus palabras Me alegro un montón de que lo hayas sentido así.
EliminarUn abrazo muy fuerte.
Que momento más difícil, llevar tanto tiempo encerrado y después quedar libre. Y sobre todo siendo inocente! Pobre Isaías, ha perdido los años de su vida y ahora debe remontar. Por desgracia esto ocurre. Me ha gustado muchísimo tu relato, está lleno de credibilidad y lo has narrado con naturalidad y sentimiento! Un besazo guapa :)
ResponderEliminarMuchas gracias María. Me gusta mucho que hayas visto creíble el relato, porque era una de las cosas que quería expresar. Y por supuesto, sentimiento. Eres muy amable.
Eliminar¡Un besazo!
Es de esos relatos que no dejan indiferente, historias no lejanas que bien pudieran ocurrir en cualquier pueblo perdido. Me ha impresionado, he visionado al personaje principal, al encarcelado Isaías Cordero. ¡Cuántos casos habrá como él en historias verídicas! Ziortza, te invito a pasar y ¿por qué no? Compartir alguna historia tuya. Hace años dejé de escribir, ahora sólo soy la Administradora del blog.
ResponderEliminarRecibe un abrazo literario.
Hola Lola. Es cierto que estas cosas ocurren y las vemos todos los días en los telediarios. Es increíble pero es así.
EliminarMuchas gracia gracias por invitarme a tu blog. ¡Me pasaré!
Un fuerte abrazo.
Hola Ziortza, reflejas en este relato la injusticia, la resignación y la terrible oportunidad perdida de un periodo de vida -una vida-, que nunca debió ser vivida encerrado. Estoy convencido de que hay personas encerradas en prisiones sin haber cometido los delitos de los que le acusan. Y desde luego la sensación debe ser doblemente amarga, por un lado el ser acusado de algo que no has hecho y por otro la impotencia de no poder disfrutar de la libertad. Por esto mismo pienso que la justicia debe ser garantista al máximo, pues personalmente prefiero un culpable en la calle que un inocente en la cárcel, aunque esto no suene muy políticamente correcto.
ResponderEliminarLo que expresas al final del relato es muy cierto, hay personas que tras muy largas condenas no pueden reconducir su vida, porque su vida era la prisión.
Un abrazo y feliz día.
Muchas gracias Miguel por tu extensa y acertada reflexión. Estos casos ocurren demasiado a menudo como para que se repitan una y otra vez. Como dices es un tema, la privación de libertad, tan importante en la vida de una persona que solo en caso de seguridad absoluta habría que encarcelar a alguien, estoy contigo. Y ni hablemos en los sitios en los que encima se han ejecutado en nombre del estado no solo a culpables también a inocentes. Debe de ser muy duro empezar a vivir después de tantos años y con el peso de la calumnia encima de ti.
EliminarTe agradezco de nuevo tus palabras y tu visita, Miguel.
Un abrazo muy fuerte.
Que intenso relato amiga Ziortza, la descripción deja a el alma en ese torrente emocional que claramente se puede percibir con tan solo leer, tras una libertad frustrada tanto tiempo y de golpe encontrarse en ella dejando un cumulo de sentimientos encontrados al encontrar su libertad dentro de una nueva cárcel, la de la realidad.
ResponderEliminarUn placer leer, me ha gustado la intensidad que expresas, saludos.
Muchas gracias amigo, es muy grato para mí que hayas sentido así el relato. Sentimientos encontrados, efectivamente, de un alma que ha sufrido demasiado en la cárcel y ahora empieza una vida que no sabe cómo vivirla.
EliminarEl placer es mío por contar con tu visita, Jorge.
Un abrazo muy fuerte.
Está muy bien, enhorabuena
ResponderEliminarMuchas gracias literato novato, me alegra que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.
Buen relato, Ziortza! En las últimas publicaciones, el tema de la justicia y la condena están muy presentes: pena de muerte, condena injusta... En este aparecen dos ideas muy nítidas por un lado la injusticia, que jamás será reparada, de quien siendo inocente ha cumplido una condena. Por otro el desarraigo de quien vuelve a la vida para empezar de cero tras una larga temporada apartado de ella.
ResponderEliminarBueno, situaciones como esta son muy poco habituales. El principio de presunción de inocencia está muy arraigado en los juzgados y es mucho más fácil que un culpable esté en la calle, que un inocente dentro. Al menos en España. Afortunadamente. Un abrazo!
Gracias David. Lo cierto es que los temas no los buscan, salen sin más. Aunque he de decir que muchas veces más que denunciar injusticias (que también, por qué no) me gusta más expresar lo que pueden llegar a sentir los personajes en situaciones así.
EliminarSi que creo que es más fácil que un culpable esté en la calle (dependiendo del caso, claro está), siempre que tenga dinero y pueda pagarse buenos abogados y una fianza. No es el caso de los culpables humildes, a mi juicio.
¡Un abrazo!
Muy bonito relato Ziortza.
ResponderEliminarConsigues que se sienta la contradicción, la alegría por el reconocimiento tardío de inocencia y el miedo a salir del espacio que conoce. Una historia de injusticias en la que un inocente se siente muy perdido, he sentido el desconcierto y el miedo del protagonista al día siguiente, en ese cómo va a vivir si no le queda nadie.
Bonita historia y muy bien contada.
Besos
Muchas gracias Conxita. Era una de las sensaciones que quería trasmitir la de la contradicción de la libertad cuando se te ha privado durante tantos años y solo has conocido una realidad en prisión y también ese sentimiento de desorientación.
EliminarMuchas gracias por tus amables palabras, me alegra que te haya gustado el relato.
Te mando un beso muy grande.
¡Qué buen relato, Ziortza! La descripción psicológica de los personajes, su evolución en sentimientos y forma de aprender a sobrevivir, sus miserias tatuadas en el alma... me han encantado y me han parecido muy creíbles. Eso, junto a una historia bien hilada, convierten tu relato en una lectura amena y muy interesante. ¡Ha sido un gustazo leerte!
ResponderEliminarUn beso enorme y feliz tarde de domingo :))
Muchas gracias julia. ¡Qué amable eres siempre con tus palabras! Y qué bien expresas el objeto del relato que es precisamente intentar describir, como dices, esos sentimientos y sensaciones de una persona que se enfrente a tantas contradicciones. El que fuera creíble era importante, creo, para que la historia se entendiera bien.
EliminarGracias de nuevo amiga, un besazo y ¡feliz comienzo de semana!
Muy buen relato, Ziortza. La angustia ante la libertad, el enojo por tanta injusticia. Y la incertidumbre... como reinsertarse en un mundo del que te han hecho ajeno, sin darte ninguna herramienta para volver a la vida.
ResponderEliminarUn gusto leerte
Un abrazo
Gracias Mirna, efectivamente esa incertidumbre, ¿qué será del protagonista? Nunca lo sabremos... Me alegra que te haya gustado el relato. Para mí también es un gustazo leerte.
EliminarUn besazo.
Una hostoria con mucho fondo. La vida en la cárcel, no debe ser nada fácil has reflejado a la perfección ese moemnto en que después de tal calvario se les da la libertad y es como que no saben muy bien de dónde agarrarse. Nos leemos. Abrazo!
ResponderEliminar¡Hola Keren! Muchas gracias por tus palabras, me alegra que te haya gustado el relato. Un fuerte abrazo y ¡nos leemos!
EliminarGran historia Ziortza. Como siempre, dotas a la historia de un ritmo y tono envolvente. En este caso de una amargura entrañable.
ResponderEliminarAbrazo.
Hola Andoni. Muchas gracias por tus palabras siempre tan amables. Es una "amargura entrañable" como bien dices.
EliminarUn abrazo muy fuerte.
Que historia tan triste y tan bien contada, Ziortza, y pensar que casos como este se dan más de los que nos cuentan, me da coraje. Has bordado muy bien el papel de Isaías, casi pude sentir su desolación al descubrir que era libre cuando siempre pudo serlo. No he podido menos de recordar una película que he visto varias veces y me encantó. "Cadena Perpetua" con "Tim Robbins" si no la has visto, te la recomiendo.
ResponderEliminarLa salida de la cárcel y ese vacío y soledad que sintió..
Muy bueno el relato.
Un fuerte abrazo-)
Muchas gracias Mila. Me alegra que hayas sentido así el relato. Intenté ponerme en la piel de alguien en su situación con todas esas contradicciones que conlleva. "Cadena Perpetua" la vi hace muchos años, y tengo recuerdos aislados de ella. Quizás sea el momento de volver a visionarla, gracias por la recomendación.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Mila.
¡Muy buen relato Ziortza! Tanto sufrimiento, y poco amor.
ResponderEliminarEl miedo de volver a empezar, cuando nos habituamos a nuestra celda, se hace complicado salir de su injusta seguridad.
Besos.
Muchas gracias Irene. Sí que es verdad, pero a veces nos cuesta salir de una burbuja aunque sepamos que es injusta e inmerecida.
EliminarMe alegra que te haya gustado el relato.
Un fuerte abrazo.
Acongojado, creo que es lo que mejor define cómo se siente un preso después de tanto tiempo encerrado... o al menos es lo que me parece a mí, poner un pie en la calle después de tanto tiempo tiene que resultar dificilísimo, porque la vida sigue fuera y la suya se ha quedado estancada en aquel pantano. Enhorabuena, Ziortza, nos deleitas con una bofetada de realidad, muy logrado, porque llegas a sentir la injusticia de la situación y la desesperación del protagonista ante ella. Yo no sé qué haría si me sucediera algo así, desde luego soy incapaz de juzgar a alguien por no acudir a la policía, si al fin de cuentas él simplemente tuvo un gesto amable con aquel pobre chico desvalido, sacarlo del agua y cerrarle los párpados, apiadándose de su mala fortuna... muy triste, Ziortza, y muy real por desgracia. Me ha encantado, un beso
ResponderEliminarOh Eva, muchas gracias por tu generoso comentario tan detallado y emotivo. Yo también creo que tiene que ser algo durísimo entrar en la cárcel siendo prácticamente un niño y salir siendo un hombre ya maduro. Me alegra que hayas sentido el relato. La verdad es que a veces realizamos actos y no sabemos por qué, simplemente se hacen; es difícil juzgar al pobre Isaías.
EliminarMe alegro que te haya gustado, Eva.
Un besazo.
Magnífico relato, excelente narración. Es un encanto venir a leerte, Ziortza. Tratas con mucha cohesión el argumento, uno se mete dentro de la historia como si fuera cada uno de los personajes. Sabes tensar la historia y sacarle el jugo a una situación límite que conviertes en literatura con una verosimilitud de "no ficción" del mejor cuño. Un abrazo y ¡enhorabuena!
ResponderEliminarAriel
Oh muchas gracias Ariel. Me encanta leer todas esas palabras que le dedicas al relato. Intento que la historia tenga la mayor verosimilitud posible y una de mis "obsesiones" por decirlo de alguna manera, es que se entienda bien. Parece que así ha sido.
EliminarMuchas gracias de nuevo, Ariel.
Un abrazo muy fuerte.
Qué mezcla de sentimientos,... no puedo ni imaginarme la reacción cuando, sin previo aviso, te dicen que estás libre, que te puedes ir,... así sin preparación previa,... qué fuerte! Estupendo relato Ziortza
ResponderEliminarMuchas gracias Norte. Es cierto que una estupenda noticia, en principio, soltada así sin avisar, para el protagonista y sus circunstancias casi es un trauma. Él, efectivamente está libre pero ¿A dónde va?
EliminarTe agradezco de nuevo siempre tus amables visitas, Norte.
Un fuerte abrazo y ¡feliz fin de semana!