—Hay que hacerlo, señor; así es la vida —dijo
el guardia como si hablara de algo irremediable. "Y la muerte, ¿cómo
es?", pensé mientras me dirigía con él a los calabozos.
Nos encontramos al reo incomprensiblemente
sereno, sentado en una silla, con las manos sobre los muslos. A su lado, restos
de una cena a medida de las circunstancias; cabezas de langostinos y una
botella de vino vacía.
Abrieron la puerta y se puso de pie. Me miró
con una extraña fijeza:
—Es su primera vez, ¿verdad? —Yo era su
abogado. Solo le había visto en dos ocasiones, pero mi inexperiencia era
palpable a varios kilómetros a la redonda.
—Sí —contesté casi sin voz. Carraspeé. — ¡Sí!
—repetí con un grito casi grotesco.
—Para mí también —sonrió el preso.
Después se dirigió al vigilante.
—La carta, ¿se ha enviado? Es importante, acabo
de aprender a escribir.
—Por supuesto, a la dirección que usted
señaló. —dijo con esa especie de orgullo que tienen las personas con poder para
satisfacer últimas voluntades.
—¿Certificada y con acuse de recibo?
—Yo..., no sabría decir… —respondió
nervioso sin terminar la frase. El preso volvió a reír. Aquel juego parecía
divertirle.
"Parece controlar la situación, a
pesar de todo". Mi mente rumiaba cada macabro detalle. Cuando nos dejaron
unos momentos a solas antes de subir, me contó lo mucho que le dolían las
articulaciones debido a la humedad y a la artritis reumatoide que seguía su
avance a pesar de los antiinflamatorios que le suministraban. Asentí impotente.
“Le dan medicamentos” me dije para mi mismo; las palabras rechinaron en mi
cabeza.
Él hablaba como a chorros, con suspiros y a
trompicones. Y esbozando sonrisas. Entre tensos silencios y mis palabras
atropelladas.
Esa sonrisa.
Me reuní con su futura viuda en la sala
dispuesta en el piso superior. Sus ojos suplicantes pedían por un milagro que
no iba a llegar.
Una hora después pasó por nuestro lado una camilla
cubierta por una sábana que ocultaba lo que la vista no quería ver, como si al
taparlo desapareciera una culpabilidad que nadie iba a asumir. Un médico salió
de una habitación con paso ligero. La bata abierta dejaba ver un traje militar
con distinciones en la pechera.
—¿Quiere verlo? —le dijo a la mujer sin
mirarla. Se quitó el estetoscopio de los oídos y se lo colgó al cuello. Parecía
tener prisa.
—¿Ha sufrido?
—¿Realmente quiere saberlo?
Ella arrugó la frente y le miró con furia.
—No lloraré por él, ¿sabe? Me lo hizo
prometer…, jamás lloraré por mi marido y tampoco lo harán nuestros hijos, yo me
encargaré de ello. —El médico la observó sin comprender, pero tras unos instantes
de miradas desafiantes, agachó la cabeza.
Después, se llevaron el cuerpo a la morgue.
No me volví hacia ella; ni siquiera nos
despedimos.
No he vuelto a verla.
Han pasado treinta años desde entonces. Ahora
conduzco un autobús. Cada día hago el mismo recorrido y me encuentro con la
misma gente. Cada día rememoro aquella sonrisa. Esa mueca firme e imperturbable
que habrá de acompañarme a lo largo de la vida.
Hay trabajos muy duros y muy poco gratificantes. Me ha gustado mucho tu historia, has reflejado muy bien primero la desesperación de la mujer y después su estoicismo. Felicidades guapa porntu relato! Un besito :)
ResponderEliminarHola María. Me alegra que te haya gustado y que hayas resaltado esos aspectos en particular.
EliminarMuchas gracias por tu visita y ¡un besazo!
En tu relato, no es difícil ponerse en lugar de cada uno de los personajes. Señal de que está bien contado.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras Lola, eres muy amable.
EliminarUn fuerte abrazo.
Hola Ziortza, la pena de muerte es el máximo castigo que puede tener un ser humano, por eso pienso que no entras a juzgar lo que el reo haya podido hacer para merecer o no, la máxima pena. Mi referencia cinéfila a aportar en esta ocasión, es la que considero una de las obras maestras de la cinematografía española como fue 'El verdugo'.
ResponderEliminarTu relato y con tu buen hacer habitual nos lleva a la reflexión sobre el comportamiento humano en el papel de castigador, castigado y ejecutor. Un abrazo y feliz domingo.
Gracias Miguel. La pena de muerte no debería de existir y por eso no entro en lo que ha hecho el preso. Tu referencia al cine con "El verdugo" me parece genial. Es una joya como solo podían hacer Berlanga y Azcona. Una de esas películas agridulces con escenas memorables como la de las cuevas del Drach o la última que te pone los pelos de punta.
EliminarA mí también me viene a la cabeza Pena de muerte con Susan Sarandon y Sean Penn donde el condenado precisamente era culpable y aún así el alegato en contra de la pena de muerte no puede ser más directo.
Muchas gracias de nuevo por tus palabras y enriquecedor comentario.
Un abrazo y ¡feliz domingo!
Menudo trago tiene que ser desempeñar algunos trabajos... Para el abogado protagonista de tu relato, incluso demasiado como para seguir asumiéndolo. Creo que ahora tendrá menos prestigio social pero vivirá más tranquilo y con menos problemas de conciencia.
ResponderEliminarUn relato estupendo, Ziorta, da mucho que pensar. ¡Enhorabuena!
Un beso y feliz comienzo de semana.
Hola Julia. El abogado se da un poco tarde de que es parte o títere de un espectáculo indecente. Como dices en su nuevo trabajo no tendrá tantos problemas de conciencia pero siempre tendrá el recuerdo amargo.
EliminarTe agradezco tus palabras, me alegro que te haya gustado el relato.
Un besazo y ¡feliz inicio de semana!
Es escalofriante. Me dejas con la piel de gallina. Una sonrisa que no olvidará.
ResponderEliminarUn besillo.
Gracias María. Efectivamente esa sonrisa es el punto de inflexión para su protagonista, símbolo quizás de otras cosas más profundos.
EliminarUn besazo.
Siempre me he preguntado que sienten los abogados cuando defienden a alguien que saben que es culpable,... en este caso no entras en esa disquisición sino que simplemente cuentas como una sonrisa pudo cambiar la vida de un joven abogado,... estupendo como siempre Ziortza
ResponderEliminarHola Norte, efectivamente no he querido entrar en la culpabilidad del preso porque no es en este caso lo quería resaltar. Entre otras cosas hay una situación en la que hay varios actores en juego, donde se comenten actos deleznables en nombre del estado (autoridades o lo que sea), esos eufemismos que se utilizan para eludir responsabilidades personales.
EliminarGracias por tus palabras y por pasarte una vez más por aquí.
Un abrazo muy fuerte.
La verdad es que resulta escalofriante afrontar determinadas situaciones que nos depara la vida. Los puntos de vista divergen en función de los protagonistas, sin duda, pero hay gestos o frases que se nos quedan grabadas para siempre, como es el caso. Estupendo relato, Ziortza, a veces las disquisiciones morales sobran y nuestras entrañas reaccionan como por acto reflejo por nosotros. Enhorabuena y un abrazo ;)
ResponderEliminarMuchas gracias Eva. Realmente hay varios protagonistas y cada cual tiene su rol, en el caso del abogado la situación evidentemente puede con él, habla de "esa sonrisa" pero en realidad creo que no quiere sentirse participe de ese espectáculo.
EliminarTe agradezco de nuevo tu comentario tan enriquecedor, me alegra que te haya gustado. Te mando un fuerte abrazo.
Me ha encantado Ziortza, es intenso hasta el final y describes, con muy poco, la psique de todos los personajes de una forma brillante. El abogado comprendió algo aquel día, que no deseaba ser un actor en una función que le resultó agobiante, oscura y macabra. Lástima que 30 años después aún siguiera recordando esa sonrisa... Un abrazo! ; )
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras Ramón. Como dices quería describir con pocas pinceladas a varios protagonistas y no sabía muy bien si me iba a salir bien..., por eso te agradezco tus elogios. Has resumido e interpretado perfectamente el relato y poco me queda decir...
EliminarUn fuerte abrazo.
Difícil ponerse en la piel de cualquiera de los protagonistas.Hay gestos que nos marcan de por vida, a veces para bien y otras no tanto... Me gustó Ziortza!
ResponderEliminarEfectivamente David, en este caso los gestos marcan para mal. Me alegra que te haya gustado el relato.
EliminarUn abrazo muy fuerte.
Estupendo relato, Ziortza. Quizá queda demasiado corto para la historia que hay detrás, ese abogado demasiado idealista, esa familia resignada, ese delito por el que ha sido condenado, el contenido de esa carta... Son cosillas que la verdad me quedado con las ganas de conocer, aunque la intención del relato no fuera tanto el por qué sino la esencia de lo que es la barbaridad de la pena de muerte. Un abrazo!
ResponderEliminarComo dices, más que un conocimiento íntimo de los personajes, el objetivo del relato es poner sobre de manifiesto esa barbaridad que supone la pena de muerte. Es por ello en que no me he metido más en harina y he dejado que el diálogo y algún que otro pensamiento de los protagonistas hablen.
Eliminar¡Gracias y un abrazo!
Un relato que deja entrever que la pena de muerte aunque no debería existir todavía existe. Y marcan de por vida a quien lo ejecuta, me imagino que nunca se podrán olvidar. Un abrazo
ResponderEliminarLo has dicho muy bien Mamen. Es algo que no debería de existir y que seguro que tiene que marcar a las personas que de alguna manera "participan" de ello.
EliminarGracias por tus palabras.
Un fuerte abrazo.
Me ha impactado mucho cómo muestras al abogado y a la mujer del reo. Es un relato estremecedor por la situación límite en la que se desarrolla, es decir por el contexto. No aparece narrada en forma explícita la pena de muerte pero vuela sobre el relato el pavor que ella representa, la repulsión a ese acto de suprema crueldad, como si el veredicto fuese de los dioses que no se equivocan. Una maravilla de relato, como siempre, Ziortza, un abrazo afectuoso.
ResponderEliminarAriel
Muchas gracias Ariel. Lo cierto es que cómo has dicho a veces cuando intento "denunciar" o poner sobre la mesa algo que me resulta deleznable mediante la escritura, me gusta hacerlo de manera indirecta, a través de diálogos o pensamientos. Nadie debería, en representación de algo tan abstracto, llevar a cabo semejante barbaridad.
EliminarMe alegra que te haya gustado, Ariel. Como siempre es un placer tenerte por aquí.
Un beso.