lunes, 30 de enero de 2017

RELATO: EL BUCLE


EL BUCLE




         Apagó la luz de la habitación no muy satisfecho. Se dirigió con paso rápido a la puerta de la calle, la abrió, salió y cerró. Miró el reloj: eran las ocho y media. Dio cuatro vueltas de llave a las dos cerraduras; primero a la de arriba y después a la de abajo, como siempre. No conforme tiró del pomo deshaciendo la holgura que solía quedar entre las maderas. Pulsó el botón del ascensor y se activó la maquinaria. "Viene del primer piso, tardará unos veinte segundos en subir", pensó Alfredo.  Mientras esperaba, repasó mentalmente todos y cada uno de los pasos que componían el ritual de salida a la calle: luces, grifos, ventanas, enchufes, comida y agua para el gato..., el secador, ¡mierda!, no recordaba haberlo desenchufado. En ese instante el ascensor llegó a su piso y las puertas se abrieron. Dudó entre entrar y olvidarse del asunto o volver  a casa de nuevo a comprobar el secador. En una micra de segundo su cerebro caviló  las consecuencias de dejar conectado (y quizá encendido, aunque esto no parecía probable, el ruido le habría alertado) un pequeño electrodoméstico; cortocircuitos, incendio (fuego en un baño no era razonable, pero con los armarios de madera nunca se sabe), muerte del gato, daños en los inmuebles contiguos... Dejó que se fuera el ascensor y regresó a su vivienda. Miró la hora: las nueve menos veinticinco. Los nervios empezaron hacer mella en él, cabía la posibilidad de que llegara tarde al trabajo.  Metió la llave en la cerradura dando las cuatro vueltas ahora en sentido inverso, e hizo lo mismo con la de abajo. Entró y fue corriendo al baño; el secador estaba en el suelo desenchufado. Suspiró.


Hizo un nuevo recorrido rápido por todas las habitaciones antes de salir. No encontraba al gato. Empezó a buscarlo. "Barry, ¡Barry!" Seguro que se había metido debajo de una cama y ahora sería imposible sacarlo de ahí. Pero tenía que dar con él, no podría salir sin antes cerciorarse de que el animal estaba en perfectas condiciones. Estaba de rodillas mirando debajo de la cama del dormitorio principal cuando escucho un "miau" detrás de él. Sobresaltado se puso de pie de un brinco y se golpeó con la estantería de libros. Un dolor agudo se instaló en su cabeza. Comenzó a ver lucecitas amarillas que fueron seguidas de un mareo. Se sentó un momento con los codos sobre los muslos y las manos sobre la cabeza. Cuando el malestar cesó un poco, miró la hora: las nueve menos cuarto. Tenía que salir de allí cuanto antes. Dejó al gato tumbado en la alfombra del pasillo y abandonó la casa por segunda vez ese día.


De nuevo el golpe de la puerta al cerrarse, los giros de llave y la llamada al ascensor. Este se abrió al instante, lo que hizo que su cerebro no ingeniase nuevos descuidos. Tardó diez segundos en llegar al portal. Iba a pisar la calle cuando una nota en el cristal de la entrada le hizo detenerse: Mañana martes 17 de junio, se cortará la luz de nueve y media de la mañana a tres de la tarde por obras en la Comunidad. La nota se había puesto el día anterior. Él iba a estar trabajando durante ese intervalo de tiempo, luego no le concernía en absoluto, así que siguió su camino sin pensárselo dos veces. Bueno, sí se lo pensó dos veces; estaba en mitad de la rampa que bajaba a la parada cuando lo hizo. Su acuario de peces de agua cálida. ¿Cuánto podría enfriarse el agua durante esas horas de apagón? ¿Podrían llegar a morirse los peces? Se maldijo a sí mismo por no haber comprado aquella dichosa bomba con pilas que vendían para estos casos. El autobús vendría en unos cinco minutos. Si regresaba no le daría tiempo a cogerlo. Además no sabía que hacer, no podía llevarse el acuario a la oficina. Pensó que podría llamar a la tienda de animales donde lo compró para que le asesorasen. Pero todavía era pronto, no estaría abierto, tendría que hacerlo desde el trabajo.




Cabizbajo y apesadumbrado se dirigió a la marquesina. Había otras tres personas esperando; dos mujeres y un hombre. Ellas discutían acaloradamente sobre el vecino que tiraba colillas de cigarrillos por la ventana, y que iban a dar a sus balcones. El hombre miraba absorto el horizonte. Una de las mujeres llevaba un perro atado a una correa, un pequeño ratonero. "No irá a coger el autobús si va con el perro", pensó Alfredo con cierta envidia. "Seguramente comprará el pan, algunos alimentos y regresará a su casa". Miró la pantallita que avisaba del tiempo que quedaba para la llegada del vehículo: dos minutos. El animal se le acercó, le olisqueó los zapatos y le miró a los ojos con las orejas gachas. "Quiere que le acaricie". Alfredo le dio unas palmaditas en el lomo y siguió con sus pensamientos. Aquella aparentemente fútil escena que acababa de vivir le hizo volver a los peces tropicales. Recordó como solía pasar minutos e incluso horas contemplándolos en el cortejo, en el nacimiento de crías, en la lucha por el territorio. Aquel colorido en constante animación. Empezó a correr como un loco. Escuchó los ladridos de confusión del perro mientras se alejaba. Entonces paró. Se acababa de cruzar con el autobús que tenía que haber cogido. Tendría que esperar al siguiente. Iba a llegar tarde al trabajo. Era un hecho. Solo había recorrido cien metros y estaba exangüe.


Llegó al portal a las nueve y tres minutos. Esperó unos instantes para recuperar la respiración. Su intención era subir por las escaleras ya que cabía la posibilidad de que el apagón se adelantase y se quedara atrapado en el ascensor. Aquello sería catastrófico. Mientras subía los escalones de forma cansina, se encontró con varios de sus vecinos que salían para ir a sus obligaciones y que le miraban atónitos su vuelta al hogar:

         —¿Algún problema, Alfre?

         —No nada. He olvidado el móvil...

         —¡Pero coge el ascensor hombre! Vaya burrada a estas horas.

         —Bueno así hago un poco de ejercicio. —Sonrió sin ninguna convicción.

         Se tuvo que parar varias veces, así que hasta las nueve y cuarto no llegó a su domicilio.


Una vez recuperado el aliento, lo primero que hizo fue buscar el teléfono de la tienda de animales. Confiaba que abriesen a las nueve y media. Después puso la cafetera a calentar para hacer tiempo; un café no le vendría mal para recuperar energías. A las nueve y treinta y dos llamó al establecimiento, le salió el contestador que le informó que abrían a las diez. La cafetera había comenzado a hervir cuando se fue la electricidad. La retiró de la placa de inducción para que reposara. Abrió las persianas un poco más para que entrara la luz natural. Se sentó y dejó vagar a sus pensamientos. Tenía tareas atrasadas y no llegaría a la oficina hasta las once por lo menos. Debería buscarse una excusa, aquello que le estaba pasando no le pareció suficiente justificación. El médico era la mejor opción. No aportaría comprobante, pero en esos momentos le daba igual.



Intentó concentrarse en los peces. Metió un dedo en el agua. Templada. Se tomó un café y esperó dando vueltas por el pasillo mirando el acuario de vez en cuando con el rabillo del ojo. El gato se sentó en la alfombra y le observó como si algo no fuera bien. Alfredo le acarició para tranquilizarlo. A las diez y cinco consiguió hablar por fin con los de la tienda. No había ningún problema, los peces podrían aguantar hasta veinticuatro horas con temperatura ambiente. Suspiró una vez más. En diez minutos tendría un nuevo autobús. Se tomó el café de un trago. Echó un vistazo general desde el hall y se dispuso a salir a la calle por tercera vez ese día. Pero entonces escuchó un ruido, era burbujeante y provenía de la cocina. Fue hacia la cafetera directamente y la tocó con cuidado; estaba casi fría. La placa estaba apagada. Cuando estaba a punto de abrir la puerta para macharse volvió a percibir el mismo sonido chispeante. Con el corazón desbocado se acercó con paso lento a la cocina. Cuando llegó, asomó la cabeza antes de entrar. El café estaba en ebullición a pesar de estar fuera del calor. Alfredo cerró los ojos un momento y los abrió de nuevo. La tapa de la cafetera se entreabría repetidamente por los pequeños golpes que le producía la presión del agua. Se apoyó en la pared y se deslizó hasta el suelo. El gato maullaba a su lado sin comprender. Se quedó en cuclillas con la mirada perdida. Aquel día no podría ir al trabajo.

Desesperado, rompió a llorar.
        

17 comentarios:

  1. Muy bueno, Ziortza. Acabé sintiendo la misma desesperación que el pobre Alfredo... A veces tenemos días así, en los que nos echamos a llorar de impotencia. ¡Enhorabuena y un abrazo!

    P.D.: reconozco que por momentos me recordó al señor E. ;)

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    1. Gracias Eva. Habría sido imposible escribir este relato si yo no hubiera sentido en mis carnes algunas de estas paranoias. Lo que pasa es que al pobre Alfredo el tema se le va de las manos..., si que tiene reminiscencias del señor E, aunque a E le veo más seguro con sus manías, puede vivir con ellas, cree que son "normales".
      ¡Un abrazo!

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  2. Fantástico, Ziortza. Un ejemplo de la diferencia entre escribir bonito y narrar. Tú has narrado una historia que coge al lector por la solapa no lo suelta hasta el final. Por supuesto está bien muy escrito, pero como debe ser, sin que el lector se dé cuenta de ello. Es un personaje extremo pero que conecta con el lector, ¿quién no ha vuelto a casa para comprobar si ha cerrado la puerta? Esas rutinas nos pasan casi desapercibidas hasta que los ataques de inseguridad nos obligan a andar veinte veces lo andado. Y esto nos ha pasado a todos. Consigues que el lector empatice. Mi reverencia! Ah! Causalidades de la vida, hace poco escribí un relato titulado Bucle. Todavía no sé qué hacer con él pero también incide en esa rutina, si bien en lo contradictoria que se muestra: tan pronto la aborrecemos como la ansiamos cuando se rompe.
    Un abrazo!

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    1. Gracias David, eres muy amable. Como explicaba antes, es muy fácil que el lector se sienta identificado porque creo que estas inseguridades las tenemos todos en mayor o menor medida, aunque como dices el protagonista es muy extremo. Intente escribir una historia ágil, con frases cortas para expresar hasta que punto su vida está esquematizada y plegada a sus manías. En cuanto a las casualidades, a mi me ha pasado cantidad de veces. Lees un relato y dices, yo también he escrito sobre esto, o esta frase también la he utilizado yo. Creo que es normal..., al final todos escribimos sobre las debilidades y pasiones del alma humana y utilizamos un lenguaje común.
      ¡Un abrazo!

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  3. No hay duda de que tu prota es un obsesivo-compulsivo, y si no fuera porque me pongo en su lugar y puedo sentir su angustia, me haría gracia tanta cavilación, tanto control, tanta preocupación. Ahora que no nos oye nadie, quizás es que me siento un poco identificada con él :P

    Muy buen relato, Ziortza. Describes a la perfección un tipo de personalidad que a buen seguro "padece" alguien que conozcamos. Con algún toque de humor nos muestras los problemas que puede conllevar el ser así. Me ha parecido muy interesante y bien escrito :)

    ¡Un beso y feliz martes!

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    1. Muchas gracias por tus palabras Julia. Tienes toda la razón, a veces las cosas que hacemos pueden resultar cómicas si detrás no existiera esa angustia que hace que la sonrisa sea agridulce, como en este caso, que llega a ser una situación enfermiza. Como hemos comentado antes, creo que todo el mundo se puede sentir identificado, porque son inseguridades cotidianas, aunque claro, sin llegar al extremo.
      Gracias de nuevo, me encanta que me visites. Un enorme abrazo.

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  4. Interesante relato. Son situaciones fulgurantes y cotidianas que muestran hasta dónde puede llegar una obsesión cuando es extrema, y el estrés que pueden provocar las pequeñas cosas que nos rodean cuando todo se tuerce en nuestra mente y queremos controlar más de lo que se debe. El que mucho abarca poco aprieta. Felicidades, me ha gustado.

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    1. Muchas gracias por tus palabras J.J. García. Lo has expresado muy bien en tu comentario. En realidad son cosas pequeñas y situaciones cotidianas las que vive el protagonista, hasta que algo se agita dentro de él y acaba viendo fantasmas donde no los hay. ¡Un saludo!

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  5. Jojojojo!!! Tía, eso me pasa a mí, no con el café porque no tomo café, juju, pero sí con otras mil cosas, y al final no me voy de casas sin haber abierto o cerrado la puerta cuatro o cinco veces. El repaso rutinario es: ¿llaves, móvil, cartera, abono? Y luego: ¿he visto a los dos gatos antes de irme? ¿Ventanas y puertas cerradas? Y asín sucesivamente con mil cosas.

    Lo has clavado Ziortza Moya Milo.

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  6. Jejeje Vecu, nos pasan a todos, creo yo, desde luego a mí también me han pasado en mayor o menor medida, si no no hubiera podido hacer este relato. Son historias que van y vienen a lo largo de la vida. Yo siempre me he fijado mucho en las cosas enchufadas y si he tenido animales, como tu, que se queden bien, cómodos. Pero el problema es cuando la cosa se va de madre, como le pasa al protagonista, que llega a ser obsesivo.
    ¡Gracias por pasarte Vecu, un abrazo!

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  7. Que tensión. Las veces que vokmemos sobre nuestros pasos por la inseguridad de nuestros actos en la memoria, que nos martillea con la duda cuanta más prisa o necesidades tenemos. Transmite estrés nervioso el relato. Que cualquiera le de un "algo" para que se tranquilice:)). Saludos

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    1. Disculpa ese "vokmemos", ha sido por culpa del efecto causado. Me refería a "volvemos".

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    2. Gracias por tu comentario Salvador. Espero que no te hayas "estresado" demasiado al leer el relato, aunque admito que el objetivo del mismo es transmitir el desasosiego "exagerado" del protagonista. Lo más tranquilizador para él es que el relato tiene un punto final. Gracias por pasarte por aquí. Te mando un saludo.

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  8. Excelente relato, Ziortza, has dado una magnífica lección de cómo se narra. Con la sucesión de hechos vas armando el rosario de cuentas que lleva la trama del argumento. La acción trascurre al mismo ritmo que los pensamientos en la cabeza obsesiva del protagonista. De ese modo lo muestras con sus actitudes, sin necesidad de recurrir a explicar su conducta. Utilizas una prosa ajustada a los tiempos de esa mente acosada por los miedos y las inseguridades, sin llegar al exceso de delinear a un enfermo, sino a una persona corriente, que hasta podemos ser nosotros mismos en alguna situación apremiante. Es un placer leer esta historia que atrapa, que no permite que decaiga el interés en ningún momento, y a la cual le has dado un cierre maestro con el abatimiento del protagonista. Un excelente trabajo que he disfrutado a pleno. Es un placer venir aquí, tengo la sensación de que tu prosa crece con cada entrega, y eso me pone muy contento.
    ¡Enhorabuena!
    Un abrazo.
    Ariel

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    1. Gracias Ariel, siempre me alegra ver tus comentarios tan detallistas porque se nota que lees los relatos con mucho esmero. Era un reto para mí hacer una historia que tuviera cierto suspense pero en el ámbito doméstico, sin llegar a tramas complejas. A veces no necesitamos de mucho para complicarnos la existencia, y ver peligros donde no los hay. El placer es mío al recibir tus comentarios tan satisfactorios y que animan a seguir escribiendo cada día.

      Te mando un enorme abrazo Ariel.

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  9. Me ha encantado el relato, Ziortza! Siendo totalmente sincero, no llego al punto de Alfredo pero me he sentido identificado con él y me han pasado esas paranoias muchas veces, en mi caso con la plancha y con el manido "He cerrado la puerta con llave?". Incluso esperando el autobús he llegado a dudar de si volver o no, sobre todo cuando había planchado ropa. Suerte que tengo unas vecinos fantásticos que han ido a comprobarlo sin problemas, jaja, porque sí, en más de una ocasión me había dejado el maldito electrodoméstico encendido! Un abrazo! ; )

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    1. Hola Ramón, me alegra que te haya gustado el relato. Creo que todos somos un poco "Alfredo", yo la primera, si no, no hubiera podido escribirlo, jeje. Reconozco que hoy en día he mejorado algo, pero tuve un punto de paranoia en su momento. Bueno lo de pensar que dejas encendidas cosas como la plancha o lo que no cierras la puerta con llave es algo que me pasa a mí constantemente.
      Un abrazo muy fuerte ;)

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