Tengo migraña desde hace algunos años. Hace un tiempo me presenté a un
concurso de relatos en el que la migraña tenía que ser la protagonista de
alguna manera, y tratada con cierto humor. A pesar de que tengo algunas cosas
en común con la protagonista, como los dolores de cabeza, es todo ficción.
Aclarar que el aura en la migraña es un conjunto de síntomas que
aparecen antes, durante o después del dolor, y afectan a la visión, sentidos o
lenguaje.
MI AMIGA, UN SEÑOR
SUECO Y YO
—¿Con aura o sin aura?
Cada vez que me haces esa
pregunta no sé que responderte. Al momento me viene a la cabeza la imagen de un
niño rubio, con ojos azules, las palmas juntas, y un halo de luz celestial
rodeándole la cabeza.
—Lado derecho, dolor
pulsátil o "run run" continuo, mareo, nauseas, malestar general,
excesiva sensibilidad al ruido y fotofobia. —Te contesto una vez más aún a
sabiendas de que no será la última.
Pones esa expresión
burlona típica de las personas que se saben con poder sobre los demás: "No
te me pongas cáustica, que yo puedo tener el remedio a tus males, yo y solo
yo". Te intento mirar con expresión fulminante, pero es tal mi
desesperación que solo acierto a entrecerrar los ojos como una miope. Nos
quedamos así unos segundos, mirándonos el uno al otro, como si fuera un reto para
ver quien aguanta más sin reírse. Pero el caso es que tú no me haces ni
puñetera gracia. Tu cara es la de un besugo con ojos saltones y boca sin
labios. Tu expresión de autosuficiencia me asquea, y para colmo todo se agudiza
porque mis nervios están a flor de piel, y todavía no has dado con el elixir
mágico. Me pregunto dónde te habrás sacado el título, no he hecho más que
empeorar desde que acudo a tu consulta. Empiezo a alisarme la frente con la
mano izquierda, y a jugar con el moflete con la derecha:
—No te pongas nerviosa...,
¿te está dando ahora, verdad? Te lo noto en el iris. Respira profundamente. —Sacas
un tarro de la nada.— Ponte un poco de esta pasta con olor a menta en los
orificios nasales.
Lo que me faltaba. También
eres un brujo con tendencias homeopáticas. Cada vez estoy más segura que he
sido víctima de una estafa. Salgo de allí echando leches. Dejo cien euros
encima de la mesa de una desconcertada secretaria, y huyo. Oigo gritos, pero
sigo corriendo...
Todo ha sido una
pesadilla. Pero ha sido tan real que estoy sudando a chorros.
* * *
Llaman a la puerta. Voy a
abrir con un saquito térmico que me he puesto en la cabeza y que estaba debajo
de una trucha en el congelador; debe parecer el tocado de algún traje
folclórico. Abro la puerta. Es Yasmina, mi amiga guapa y perfecta; con ese
nombre no podía ser de otra manera. No entiendo por qué se presenta sin avisar
si sabe que últimamente estoy con crisis perpetuas desde que se asentó el
viento sur, y como consecuencia, el maldito efecto Foehn tan típico de la
Cordillera Cantábrica. "'¡Por Dios!, ¿qué haces con un chicharro en la
cabeza?" Vuelvo al congelador y hago el intercambio, creo que el cambio de
pastillas me está pasando factura. "Tú lo que necesitas es un poco de
jolgorio", me dice la muy descerebrada, mientras se parte de la risa. "No, en serio, te entiendo perfectamente,
tiene que ser una put..." Dejo de escucharla y me tiro en plancha sobre el
sofá.
—No, mira, no te
desmoralices..., he venido a contarte algo. Ya sé que te va a parecer una de
mis chorradas, pero hoy he leído algo en el periódico. —Ya eso me suena raro,
de entrada.— Vale no, me lo ha contado una tía en la peluquería. Pues resulta
que han hecho un estudio en Harvard, o en un sitio de esos donde se hacen experimentos,
y parece ser que han llegado a la conclusión de que los y las pacientes con
migraña prefieren a sus neurólogos o neurólogas rubios o rubias.
Ha hecho una pausa después
de articular esa frase aparentemente razonada. Quiere que la asimile concienzudamente
antes de que le arroje el saco térmico, que no me deje apabullar por su aparente falta de sentido, que detrás hay
algo que merece la pena escuchar.
—Bien. Una prueba con mil
personas. Todas siguieron el mismo tratamiento con placebo. En principio nadie
tenía que haber mejorado, pero ¡tachán!...
—Si nadie iba a mejorar,
¿para qué hicieron el estudio?
—¡A ver, no tengo todos
los datos Patri! Deja que te cuente. Escúchame por una vez en tu vida. —Es
inútil cualquier estrategia, va a seguir hablando de todos modos.— ¿Por dónde
iba...?, ¡ah, sí!, pues resulta que un veinticinco por ciento presentó una
clara mejoría. Estuvieron analizando todo tipo de variables, principalmente las
referentes a circunstancias personales. No llegaron a ninguna conclusión.
Entonces les tocó a los médicos. Al principio tampoco dieron con la clave, ya
que se centraron en la personalidad de los neurólogos y su trato con los pacientes.
Todos eran encantadores, claro, sabían que estaban siendo estudiados. Cuando
estaban dispuestos a echar por la borda todo el trabajo y declarar fallido el
ensayo, apareció un lumbrera que encendió la bombilla. Todo estaba en el color
de pelo de los médicos.
—Pero, ¿te estás dando
cuenta de lo que dices? Eso no tiene pies ni cabeza, ninguna base científica
que avale...
—Ay, ¿nunca vas a cambiar,
eh? Siempre tienes esa cabecita funcionando a todo gas. Rumia que te rumia. No
me extraña que tengas esos dolores... ¿Por qué no te dejas llevar un poco? No
todo tiene que estar siempre en perfecta alineación, no todo tiene un porqué. A
veces las cosas suceden sin más, y uno tiene que dejarse llevar. Verás, las
consultas a médicos con estas características han aumentado un cincuenta por
ciento desde que se hizo público este estudio. Por cierto, tú que eres tan
cultureta, ¿no habías oído hablar de todo esto? —Estoy perdiendo la paciencia,
y lo sé porque me está empezando a doler el ojo derecho.—Mira, resumiendo, he
hecho algo por ti que me vas agradecer eternamente.
Entonces es cuando me
empiezo a poner seriamente nerviosa. Que Yasmina haga algo por mí es una
novedad en sí mismo, pero lo que hace que los tics en el ojo sean más continuos,
es que mi imaginación se ha puesto a maquinar respecto a los hechos que ella
entiende como favores. Yasmina continúa con su sermón:
—He llamado a varios
neurólogos. He empezado al tun tun, pero viendo que perdía el tiempo de una
manera absurda, he empezado a fijarme en nombres raros que podrían tener origen
en el norte de Europa, Alemania, Escandinavia, etc. Cuando preguntaba a las
secretarias por ellos, me solaban una retahíla sobre títulos, masters y
doctorados que en ese momento no tenían ningún interés para mí. He tenido que
ser directa: "Señora, hábleme de su aspecto físico". Después del
descoloque inicial me hablaban de su porte atlético, su encantadora sonrisa...,
he tenido que ponerme seria: "¡El pelo, coño, hábleme de su color de
pelo!". Algunas me han colgado, ha sido un trabajo agotador, pero al fin
he dado con uno. —Se levanta suavemente del sofá y coge el móvil que ha dejado
en la mesita de la sala. Saca un papel de su bolso.— Tienes cita con el doctor
Petterson mañana a las cuatro. Aquí tienes su dirección.
Antes de que yo pueda
reaccionar cierra el bolso, echa a correr como una desquiciada, se tropieza con
un perro de mármol que tengo en la entrada, se recompone, abre la puerta y se
da un golpe en la cara. Finalmente logra salir de mi casa y cierra de un
portazo. He sido más lenta, el saco térmico se ha estampado contra la puerta ya
cerrada.
* * *
He sucumbido. Tras una
larga reflexión: ¿Si he ido a la consulta de un "sanador de almas",
por qué no voy a hacer esto? ¿Si me he puesto de rodillas de la mano de otros
migrañosos mientras un señor quemaba todo tipo de hierbas que nos llevaban a
una felicidad absoluta e ilusoria, que
nos hizo invocar a Reos, dios de la salud de una civilización desaparecida en
las ruindades de la Historia, por qué no voy a probar una cosa más en mi
desesperado devenir por este mundo?
Así que aquí estoy,
sentada en la sala de espera de la clínica del doctor Petterson.
Una secretaria grande y
rotunda pronuncia mi nombre y entro.
* * *
Estás sentado de espaldas
a la entrada. Como pareces no darte cuenta de mi presencia carraspeo y entonces
giras la silla hacia mí con una vitalidad desmedida. Enseguida tu sonrisa "deluxe"
de dientes perfectamente alineados hace acto de presencia e ilumina la habitación
en tonos ocre y amarillo cálido. Te levantas y te pasas una mano por el pelo
dorado (con mechas extra que le aportan más luz), y me das una mano grande
recién pasada por manicura: "Llámame Lars, Patrrichia". Acabas de
darle un aire nobiliario a mi nombre, con esa erre tan acusada y la hache
extra. Estoy parada, ni avanzo ni retrocedo, acabo de ser hipnotizada. Me dices
que perdone tus despistes, pero es que acabas de aterrizar en este país como
quien dice, y tienes las cosas manga por hombro. La clínica abrió hace un mes,
pero todavía no estás trasladado del todo: "Entre Pinta y Valdemorro",
y sueltas una carcajada. Y yo también. Hablas mucho pero me cuesta concentrarme
en lo que dices, ya que tus dientes, y tus labios, y tus ojos de aguamarina, y
ese pelo..., me tienen absorbida por completo. ¿Son imaginaciones mías o me has
mirado a los ojos más de la cuenta? Soy incapaz de volver a la realidad, ¿para
qué había venido? Ah sí, Yasmina... y algo sobre neurólogos rubios. Yo en
realidad no sé por qué estoy aquí, pero creo que esto va más allá del color de
tu cabello. El corazón me va a mil por hora, estoy sudando y creo que ahora
mismo no me duele nada. Te levantas sin dejar de sonreír. "Hace calorr,
¿verdad?" y te dispones a abrir uno de los ventanucos de la consulta. Te
vuelves a sentar y te frotas las manos, "¿vamos al lío?" Estoy
pasmada y tartamudeo: "¿A qué se refiere?". "El chola",
dices señalándote la cabeza. Ah sí, la migraña. Pero yo no quiero hablar de
eso, quiero que me sigas hablando de ti, que sigas haciendo tus chistes en
español macarrónico, que vayamos a tomar un café si el código deontológico te
lo permite. Intento volver a la realidad, igual es un poco pronto para esas
cosas. Voy a seguirte el rollo de los dolores de cabeza. Sí, hace muchos años. Sí,
el lado derecho. Sí, las crisis son cada vez más continuas. Sí, he probado
trescientos tratamientos.
Pero entonces pasa algo que me hace volver a una
realidad muy poco placentera. Voy a ser protagonista de un déjà vu. Tu carisma,
tu magnetismo personal, tu atractivo se va a derrumbar en cuestión de segundos.
Me miras fijamente, vas a decir algo muy serio, apoyas la palma de la mano derecha
en la barbilla, comienzas a articular las palabras, la cabeza me empieza a
temblar, lo estás diciendo, es más, lo acabas de decir. Has hecho la maldita
pregunta:
—¿Con aurra o sin aurra?